La primera presidenta del Centro de Estudiantes del Instituto Nacional: un hito que se suma a la larga marcha de las mujeres en Chile
Después de 212 años de historia, el Instituto Nacional ha elegido por primera vez a una presidenta del Centro de Estudiantes. La frase pesa. No es solo un cambio interno: es un símbolo que dialoga directamente con la historia del país y, muy especialmente, con la historia de la lucha de las mujeres por ocupar espacios de participación, representación y poder.
Chile conoce bien ese camino. Hace apenas un siglo, las mujeres ni siquiera podían votar. Recién en 1934 obtuvieron el derecho a sufragio en elecciones municipales, y solo en 1949 se les reconoció el derecho a votar en elecciones parlamentarias y presidenciales. Más adelante, en la década de 1980, fueron fundamentales en la resistencia a la dictadura; no solo marcharon: organizaron ollas comunes, sostuvieron redes, presionaron por democracia. En los años recientes, el movimiento feminista —desde las movilizaciones estudiantiles del Mayo Feminista de 2018 hasta las luchas por educación no sexista, derechos sexuales y reproductivos, y el fin de la violencia de género— ha puesto en el centro del debate desigualdades que antes se aceptaban como naturales.
Ninguno de esos hitos fue espontáneo. Fue ganado. Abierto. Insistido. Y cada puerta que se abrió permitió que muchas mujeres más cruzaran ese umbral. Por eso, que el Instituto Nacional —un establecimiento históricamente masculino, conservador en su cultura interna e influyente en la formación de élites políticas, académicas y públicas— elija, por primera vez, a una mujer para presidir su Centro de Estudiantes no es menor. Es continuidad de esa historia larga y también es ruptura: un recordatorio de que incluso los símbolos más resistentes pueden transformarse.
Este logro confirma que las mujeres siguen ampliando sus espacios, no como concesión, sino como resultado de capacidad, organización y convicción. Pero también revela otra lección de nuestra historia: no basta con celebrar los avances. Chile sabe lo fácil que puede ser retroceder. Los derechos que hoy damos por obvios —desde la participación política hasta la autonomía personal— fueron fruto de décadas de lucha. Y en un contexto donde reaparecen discursos que buscan volver a encerrar, limitar o relativizar la igualdad, la elección de esta presidenta se convierte en un llamado a proteger lo ganado, y a seguir avanzando sin titubeos.
También es una oportunidad para redefinir lo que significa el Instituto Nacional. En los últimos años, el establecimiento ha sido reducido en el imaginario público a encapuchados, desórdenes o tomas. Pero esa visión es injusta y parcial. El Instituto es —y ha sido siempre— un espacio de pensamiento crítico, diversidad social, rigor académico y producción de ciudadanía. Ha formado presidentes, intelectuales, artistas, científicos y miles de personas que han contribuido al país. Su historia es mayor que sus crisis.
Y justamente por eso, este hito importa porque devuelve al Instituto su dimensión simbólica, la de una institución capaz de reflejar los cambios del país y no solo sus tensiones. Que una mujer lidere su Centro de Estudiantes demuestra que incluso las estructuras más antiguas pueden abrirse, renovarse y presentarse ante Chile con otra cara.
Este momento no es anecdótico: es histórico. Es la suma de décadas de lucha de mujeres que se negaron a aceptar el “no se puede” y es, al mismo tiempo, el punto de partida de nuevas generaciones que seguirán empujando los límites. Porque cada vez que una mujer avanza —en un liceo, en un sindicato, en una universidad o en la política— Chile avanza con ella. Y esta vez, el avance viene desde un lugar que por más de dos siglos pareció inamovible.
Hoy, el Instituto Nacional vuelve a enseñarnos algo: la historia nunca está cerrada, siempre puede escribirse mejor. Y esta presidenta es prueba de ello.
*Rossana Carrasco Meza es Profesora de Castellano, PUC; Politóloga, PUC; Magíster en Gestión y Desarrollo Regional y Local, Universidad de Chile
