Zohran Mamdani / La libertad es para todos

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(ANGELA WEISS / AFP)

*Discurso pronunciado por el recientemente electo alcalde de la ciudad de Nueva York, Zohran Mamdani, el 26 de octubre del presente año en el Estadio Forest Hills del distrito neoyorquino de Queens, al inicio de su campaña, luego de ganar las primarias del Partido Demócrata.

Antes que nada, quiero pedir un aplauso para la congresista Alexandria Ocasio-Cortez.

Hay muchas cosas que se pueden decir de nuestra congresista, pero quiero contarles una historia de 2021. Cuando hicimos una huelga de hambre de 15 días y logramos una condonación de una deuda de 450 millones de dólares para los conductores de taxis, la congresista estuvo con nosotros en la primera línea. Estuvo con nosotros por teléfono después de que todos los demás se hubieran ido a casa. Y estuvo con nosotros de nuevo en las primarias de estas elecciones. Y eso es porque ella está con la clase trabajadora.

También quiero decir que la razón principal por la que estoy aquí, de pie frente a ustedes esta noche, es porque el senador Bernie Sanders se atrevió a ponerse de pie, solo, durante mucho tiempo. Si hablo el lenguaje del socialismo democrático es porque él lo habló primero. (…)

Cuando ganemos el 4 de noviembre y gobernemos desde el Ayuntamiento con la dignidad como fundamento de nuestra política, será gracias al movimiento que Bernie construyó.

De anomalía estadística a movimiento popular

Al verlos aquí, a más de 13.000 personas, en el estadio Forest Hills, es tentador pensar que este momento estaba predestinado. Sin embargo, cuando lanzamos esta campaña el 23 de octubre, hace un año y tres días, no había ni una sola cámara de televisión para cubrirlo.

Cuando lanzamos esta campaña hace un año y tres días, mi nombre era una anomalía estadística en todas las encuestas. Cuatro meses después, en febrero de este año, nuestro apoyo había alcanzado la impresionante cifra del 1 %. Estábamos empatados con el conocido candidato «otro». Siempre supe que podíamos vencerlo.

Cuando lanzamos esta campaña hace un año y tres días, el mundo político no le prestó mucha atención porque buscábamos construir un movimiento que reflejara la ciudad tal y como es en realidad, no solo la que los consultores políticos creen que existe en una hoja de cálculo.

Y cuando lanzamos esta campaña hace un año y tres días, en los pasillos del poder nos descartaron como un chiste. La idea de cambiar, de manera fundamental, al servicio de quién está el gobierno en esta ciudad resultaba inimaginable. Aunque ganáramos impulso, se preguntaban, ¿cómo podríamos superar las decenas de millones de dólares en ataques que vendrían a continuación?

Nueva York no se vende

Sin embargo, sabíamos entonces lo que sabemos ahora. Nueva York no se vende.

Con jóvenes que empezaron a sumarse en cantidades inéditas, con los inmigrantes que empezaron a verse a sí mismos en la política de su ciudad, con personas mayores, antes escépticas, que se atrevieron a volver a soñar, dijimos con una sola voz: Nueva York no se vende.

Y, hoy, cuando estamos a punto de recuperar esta ciudad de manos de los políticos corruptos y los multimillonarios que los financian, hagamos que nuestras palabras resuenen tan fuerte esta noche que Andrew Cuomo pueda oírlas en su apartamento de 8.000 dólares al mes. Que resuenen tan alto que pueda oírnos, aunque se encuentre esta noche en Westchester [condado rico del estado de Nueva York]. Que resuenen tan alto que el que mueve los hilos en la Casa Blanca nos oiga: «Nueva York no se vende».

Trece días después de anunciar nuestra candidatura, Donald Trump volvió a ganar las elecciones presidenciales. El Bronx y Queens experimentaron un giro a la derecha entre los mayores registrados en los condados de nuestro país.

No importaba qué artículo leyeras o qué canal sintonizaras, el relato parecía ser el mismo: nuestra ciudad se iba a la derecha. Se escribieron necrológicas sobre la capacidad de los demócratas para llegar a los votantes asiáticos, a los votantes jóvenes, a los votantes masculinos. Una y otra vez se nos dijo que, si queríamos tener alguna esperanza de derrotar al Partido Republicano, tendríamos que convertirnos en el Partido Republicano.

El propio Andrew Cuomo dijo que habíamos perdido, no porque no hubiéramos sabido responder a las necesidades de la clase trabajadora norteamericana, sino porque habíamos dedicado demasiado tiempo a hablar de baños y equipos deportivos. Fue un momento en el que nuestro horizonte político parecía estrecharse.

La opción de retirarnos o luchar

Y en ese momento, Nueva York, tenías que tomar una opción. La opción de retirarte o luchar. Y la opción que nosotros tomamos fue dejar de escuchar a esos expertos y empezar a escucharlos a ustedes.

Fuimos a dos de los lugares que registraron los mayores desplazamientos hacia la derecha: Fordham Road y Hillside Avenue. Estos neoyorquinos estaban lejos parecerse a la caricatura de los votantes de Trump. Nos dijeron que habían apoyado a Donald Trump porque se sentían desconectados de un Partido Demócrata que se había acomodado en la mediocridad y solo dedicaba su tiempo a quienes aportaban millones.

Nos dijeron que se sentían abandonados por un partido dominado por las grandes corporaciones, que les pedía el voto tras decirles solo a qué se oponía, en lugar de presentarles una visión de lo que defendía. Nos dijeron que ya no creían en un sistema que ni siquiera aparentaba ofrecer soluciones al desafío que definía sus vidas: la crisis del costo de la vida.

Los arriendos eran demasiado caros, también lo era la alimentación, las guarderías infantiles y el transporte público. Y tener dos o tres trabajos ya no era suficiente. Trump, con todos sus defectos, les había prometido un programa que pondría más dinero en sus bolsillos y reduciría el costo de la vida.

Donald Trump mentía. Nos correspondía a nosotros cumplir con las expectativas de los trabajadores que Trump dejó atrás.

Un movimiento impulsado por neoyorquinos comunes y corrientes

Durante los ocho meses que duraron las primarias, explicamos a los neoyorquinos cómo pensábamos abordar esa misma crisis de asequibilidad. No lo hicimos solos. Este fue un movimiento impulsado por decenas de miles de neoyorquinos comunes y corrientes que fueron puerta a puerta entre sus turnos de doce horas en el trabajo e hicieron llamadas telefónicas hasta que se les durmieron los dedos.

Personas que nunca antes habían votado se convirtieron en entusiastas activistas de campaña. Se formó una comunidad. Nuestra ciudad se conoció a sí misma y se conocieron unos a otros. Esto, amigos míos, fue el movimiento de ustedes y siempre lo será.

A medida que se derretía la nieve y el hielo, esta campaña comenzó a crecer más rápido de lo que nadie hubiera imaginado. Tantos pequeños donantes contribuyeron que tuvimos que pedirles que dejaran de hacerlo. Por favor, paren. Subimos en las encuestas más rápido de lo que Andrew Cuomo tardó en marcar el número de Donald Trump. La gente empezó a aprender a pronunciar mi nombre.

Los multimillonarios se asustaron

Y los multimillonarios se asustaron. O, tal como lo describiría el New York Times, los Hamptons [zona opulenta del este de Long Island con segundas residencias de los neoyorquinos más ricos] estaban básicamente en terapia de grupo debido a la carrera por la alcaldía.

Andrew Cuomo y sus compinches corporativos hicieron todo lo posible para que esta campaña se caracterizara por el miedo y la mezquindad. Invirtieron millones en esta carrera, me alargaron artificialmente la barba para hacerme parecer amenazador, pintaron nuestra ciudad como un infierno distópico y trabajaron día y noche para dividir al pueblo de Nueva York.

Fracasaron.

Cuando unos días antes de las elecciones recorrí Manhattan a pie, cientos de neoyorquinos desfilaron a mi lado. Y cuando entramos en Times Square bajo una valla publicitaria con las apuestas que daban a Cuomo casi un 80 % de posibilidades de ganar, sabíamos que los supuestos expertos volverían a equivocarse.

No era inevitable

Se suponía que la victoria de Andrew Cuomo era inevitable. Y, entonces, el 24 de junio, hicimos trizas esa inevitabilidad.

Ganamos por un 13 %, con el mayor número de votos en unas primarias municipales en la historia de la ciudad de Nueva York. Algunos de esos neoyorquinos habían votado por Trump. Muchos otros no habían votado nunca. Y cuando Andrew Cuomo me llamó por teléfono para reconocer su derrota a las diez y cuarto de esa noche, me dijo que habíamos creado una fuerza tremenda.

Cuando insistes en crear una coalición en la que haya espacio para todos los neoyorquinos, eso es exactamente lo que consigues: una fuerza tremenda.

Esa fuerza no ha hecho más que crecer en los últimos cuatro meses. Ahora contamos con más de 90.000 voluntarios y hemos hablado con millones más de neoyorquinos. En estos últimos meses hemos presentado nuevos planes sobre cómo gobernaremos, contratando a miles de profesores más para nuestras escuelas, contratando a consultores y firmando contratos con el gobierno municipal, y abordando el último gran reto de la infraestructura de la ciudad de Nueva York: los andamios.

Pero en las últimas semanas, a medida que esta carrera ha entrado en sus últimos días, hemos sido testigos de manifestaciones de islamofobia que conmocionan la conciencia.

Andrew Cuomo, Eric Adams y Curtis Sliwa no tienen programa para el futuro. Lo único que tienen es el manual del pasado.

Han intentado convertir estas elecciones en un referéndum, no sobre la crisis de la asequibilidad que consume la vida de los neoyorquinos, sino sobre la fe a la que pertenezco y el odio que pretenden normalizar. Hemos pasado meses trabajando para convencer al mundo de que los neoyorquinos tienen derecho a poder vivir en esta ciudad que todos amamos. Ahora nos vemos obligados a defender la idea de que un musulmán puede incluso liderarla.

Estos mismos grandes donantes y políticos desacreditados han intentado robarnos nuestra ambición porque no creen que ustedes merezcan la belleza de una vida digna. Y una y otra vez los han animado a imaginar menos porque saben que una Nueva York reimaginada perjudica sus intereses económicos.

Una ciudad tan ambiciosa como su gente

Creo que esta ciudad es como el universo, en constante expansión. Nos merecemos un gobierno municipal tan ambicioso como los trabajadores neoyorquinos que hacen de ella la mejor ciudad del mundo. No podemos esperar a que alguien más lo haga realidad. No podemos darnos el lujo de esperar porque a menudo esperar es confiar en aquellos que nos han llevado hasta este punto.

El 4 de noviembre, volveremos a encauzar nuestra ciudad en la dirección que le corresponde. Y, al hacerlo, responderemos a una pregunta con la que nuestro país se ha debatido desde los albores de su fundación: ¿quién tiene derecho a ser libre?

Los oligarcas se oponen a la libertad

Hay quienes, al oír esa pregunta, saben, sin dudar, la respuesta. Son los oligarcas que han acumulado una enorme riqueza a costa de quienes trabajan desde antes de que amanezca hasta mucho después de que el cielo haya perdido su color. Son los barones ladrones de los Estados Unidos y creen que su dinero les da más derecho a opinar que al resto de nosotros.

No me refiero solo a los Bill Ackman [multimillonario gestor de fondos de cobertura] y a los Ken Langone [empresario multimillonario, uno de los mayores donantes del Partido Republicano] de este mundo. Me refiero a personas cuyos nombres no les son familiares, que no tienen reparos en contribuir a los super PAC [comités de recaudación de fondos de campaña] con más dinero del que jamás les cobraremos en impuestos, y que celebran cuando esos PAC inundan nuestras ondas con anuncios que me tachan de «yijadista global».

Su libertad no solo se consigue a costa de la dignidad y la verdad. También se consigue a costa de la libertad de los demás. Ellos son los autoritarios que buscan mantenernos sometidos bajo su yugo porque saben que una vez que nos liberemos, nunca más volverán a someternos.

Todas y cada una de estas personas piensan que Nueva York está en venta. Durante demasiado tiempo, amigos míos, la libertad ha pertenecido solo a aquellos que se pueden permitir comprarla. Los oligarcas de Nueva York son las personas más ricas de la ciudad más rica, del país más rico, de la historia del mundo. No quieren que cambie la ecuación. Harán todo lo posible para evitar que su control se debilite.

Libertad para todos

La verdad es tan simple como innegociable. La libertad es para todos.

Cada uno de nosotros, los trabajadores de esta ciudad, los taxistas, los cocineros, las enfermeras, todos aquellos que buscan una vida digna, sin avaricia, a todos nos corresponde ser libres.

Y el 4 de noviembre, gracias al arduo trabajo de más de 90.000 voluntarios en todos los rincones de esta ciudad, eso es exactamente lo que le diremos al mundo. Porque mientras los donantes multimillonarios de Donald Trump piensan que tienen el dinero para comprar estas elecciones, nosotros tenemos un movimiento de masas. Y somos un movimiento que no le tiene miedo a lo que creemos. Y lo hemos creído durante bastante tiempo.

Los que se preocupan por cómo será este movimiento el 1° de enero son los mismos que el 23 de octubre se preocupaban por cómo sería esta noche. Pero nuestro propósito no ha cambiado, ni tampoco nuestras promesas.

Nuestras promesas concretas

Como lo dije la noche que lo anuncié, la función del gobierno es mejorar nuestras vidas. Y, tal y lo como dije el 23 de octubre, esto es lo que defendemos, amigos míos.

Vamos a congelar el alquiler de más de dos millones de inquilinos con alquiler estabilizado y utilizar todos los recursos a nuestro alcance para construir viviendas para todos los que las necesiten. Vamos a eliminar la tarifa en todas las líneas de autobús y hacer que los autobuses, que actualmente son los más lentos del país, circulen con facilidad por la ciudad.

Y vamos a crear un sistema universal de guarderías infantiles sin costo alguno para los padres para que los neoyorquinos puedan criar a sus familias en la ciudad que aman. Juntos, Nueva York, vamos a congelar el [«¡alquiler!», grita la multitud]. Juntos, Nueva York, vamos a hacer que los autobuses sean rápidos y [«¡gratis!», grita la multitud]. Juntos, Nueva York, vamos a ofrecer [«¡guarderías!», grita la multitud]. Haremos de nuestra ciudad un lugar en el que todas las personas que la consideran su hogar puedan vivir una vida digna.

Ningún neoyorquino debería verse privado de nada de lo que necesita para sobrevivir por motivos económicos. Y creíamos entonces, creemos hoy y creeremos mañana que es tarea del gobierno proporcionar esa dignidad. Dignidad, amigos míos, es otra forma de decir libertad.

El legado de la acción gubernamental

Al estar aquí esta noche ante ustedes, me siento muy fortalecido por aquellos que han luchado denodadamente por la causa de la libertad en los Estados Unidos, que se negaron a aceptar que el Gobierno no pudiera hacer frente a lo que los momentos de crisis exigían de él. Cuando el poder del pueblo supera la influencia de los poderosos, no hay crisis que el Gobierno no pueda afrontar.

Fue el Gobierno el que promulgó el New Deal para sacar a toda una generación de la pobreza, crear hermosos bienes públicos, y establecer el derecho a sindicalizarse y a la negociación colectiva.

Amigos míos, la era del Gobierno que considera que un problema es demasiado pequeño o una crisis demasiado grande debe llegar a su fin. Porque necesitamos un Gobierno que sea tan ambicioso como nuestros adversarios.

Un Gobierno lo suficientemente fuerte como para rechazar las realidades que no aceptamos y forjar el futuro que sabemos que merecemos. Un Gobierno que se niegue a aceptar que uno de cada cuatro neoyorquinos viva en la pobreza, que se niegue a aceptar que más de 150.000 estudiantes de escuelas públicas no tengan hogar, que se niegue a aceptar que dos salarios sindicales no sean suficientes para pagar una hipoteca en esta ciudad, y un gobierno que se niegue a aceptar que se les expulse de la ciudad que ayudan a construir cada día.

Aprovechando este momento para el cambio

Una y otra vez, nuestra nación se ha tambaleado al borde del precipicio de la desesperanza. Hoy es uno de esos momentos. Pero en cada uno de esos momentos, los trabajadores han llegado a la oscuridad y han remodelado nuestra democracia. Ya no seguiremos permitiendo que el Partido Republicano sea el partido de las ambiciones. Ya no tendremos que abrir un libro de historia para leer sobre demócratas liderando con grandes ideas.

Amigos míos, el mundo está cambiando. No se trata de si ese cambio va a ocurrir. Se trata de quién va a hacer el cambio. Tenemos ante nosotros una oportunidad que pocas personas han tenido y menos personas aún han aprovechado. Es la oportunidad de mostrar al mundo lo que significa conquistar la libertad. Es la oportunidad de estar a la altura del legado que nos dejaron quienes nos precedieron.

No está en nuestras manos definir la magnitud de una crisis. Lo que podemos elegir es cómo responder a ella. Ganemos un ayuntamiento que trabaje para quienes se esfuerzan por comprar alimentos, no para quienes se esfuerzan por comprar nuestra democracia. Y esperemos con ilusión el 1° de enero, cuando comience el arduo trabajo de gobernar.

Compromisos políticos que exigen ser cumplidos

A quienes están en el poder les gustaría describir nuestros compromisos políticos como si fueran ilusiones que se evaporarán tan pronto como nos acerquemos al ayuntamiento. Demostrémosles, por el contrario, que son invocaciones del futuro que conquistaremos.

Y demostremos a todos y cada uno de los neoyorquinos que una política de expansión no solo significa imaginación. También exigen su cumplimiento. Podemos hacer del ayuntamiento un lugar donde los neoyorquinos vengan a esperar futuro, no solo fracaso.

Rechazar la complacencia en los últimos días

Pero aún no hemos llegado a ese punto. Al igual que se pensaba que era inevitable la victoria de Andrew Cuomo en las primarias, hoy en día se está empezando a formar la misma narrativa a nuestro alrededor. Cuando leas los artículos que cuentan una historia de triunfo postelectoral mientras estamos en plena votación anticipada, cuando veas las probabilidades que sitúan nuestras posibilidades de victoria en el 90%, ten en cuenta lo siguiente: estás leyendo lo mismo que leía Andrew Cuomo en junio todas las noches antes de irse a dormir, creyendo que su victoria estaba asegurada. No podemos permitirnos que la complacencia se infiltre en este movimiento.

Así que, durante estos nueve días finales, solo pido una cosa de cada uno de ustedes: más. Sé que están cansados, y para eso les recomiendo un poco de Adeni Chai [té de especias popular en Oriente Medio]. Y, aun así, pido más. Sé que los ataques se han intensificado, que una cama tibia es más tentadora que subir seis pisos a pie. Que otra tarde dedicada a ir puerta a puerta después de un largo día de trabajo resulta desalentadora. Y, aun así, pido más.

Pido más porque es la única manera de conquistar un futuro hecho de más. Así que, si pueden, los insto, amigos míos, pónganse de pie.

Si has hecho un recorrido puerta a puerta, enciende tu linterna [la multitud comienza a encender la linterna de su teléfono]. Si vas a hacer un recorrido puerta a puerta, enciende tu linterna. Si tienes más que dar, enciende tu linterna. Formemos juntos una luz lo suficientemente brillante como para desterrar cualquier obscuridad.

Durante estos últimos nueve días, y en los meses y años que vendrán, los poderes fácticos lanzarán todo su arsenal contra nosotros. Gastarán millones de dólares más. Nos atacarán desde todos los ángulos imaginables. Pero no nos doblegaremos. No retrocederemos. Triunfaremos sobre los oligarcas y devolveremos la dignidad a nuestras vidas.

Hace casi ochenta y nueve años, Franklin Delano Roosevelt habló ante una multitud de miles de personas en el Madison Square Garden. Dijo: «Me gustaría que se dijera de mi primera administración que en ella las fuerzas del egoísmo y la sed de poder se encontraron con la horma de su zapato. Me gustaría que se dijera de mi segunda administración que en ella estas fuerzas encontraron quien las dominara».

Amigos míos, me gustaría que se dijera de nuestra campaña que en ella las fuerzas del egoísmo y la sed de poder se encontraron con la horma de su zapato. Y me gustaría que se dijera de nuestro ayuntamiento que en él estas fuerzas encontraron quien las dominara.

Nueva York, nuestro trabajo recién empieza. El 4 de noviembre nos liberamos. Gracias.

*Zohran Kwame Mamdani es un político estadounidense, nacido en Uganda. Ha sido miembro de la Asamblea Estatal de Nueva York por el 36.º distrito desde 2021. Es miembro del Partido Demócrata y de la organización Socialistas Democráticos de América. Es el actual alcalde electo de la ciudad de Nueva York.

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