Desde sus raíces fundacionales, el socialismo chileno ha concebido a América Latina no como un conjunto de naciones aisladas, sino como un cuerpo político y cultural unido por una historia compartida de colonización, dependencia económica y resistencia popular. Este ideario, conocido como latinoamericanismo socialista, no solo ha inspirado proyectos de integración continental, sino que ha nutrido también una comprensión solidaria y estructural del fenómeno migratorio en la región.
Desde sus primeras décadas (agrupados primero en movimientos anarquistas y anarco sindicalistas, el Partido Obrero Socialista de Luis Emilio Recabarren, las fuerzas y movimientos que participaron en la República Socialista de los 12 días, de los cuales se generó la fundación del Partido Socialista en 1933), los socialistas chilenos incorporaron en su discurso la necesidad de un proyecto de liberación continental, no solo nacional.
El latinoamericanismo dentro de la tradición socialista chilena es un concepto que articula la idea de unidad regional y solidaridad internacionalista, enmarcado en la lucha contra el imperialismo y el capitalismo global. Desde sus orígenes, el socialismo chileno entendió que los problemas de Chile no podían separarse de los desafíos del continente latinoamericano en su conjunto.
Esta convicción se fraguó a partir de influencias como la del pensamiento de Simón Bolívar, que propugnaba la unidad de los pueblos latinoamericanos frente a las potencias coloniales, y la crítica marxista al imperialismo, que entendía América Latina como una región explotada por el capitalismo internacional. Además de la experiencia concreta de dependencia económica y política de Chile y sus vecinos respecto a Europa y, posteriormente, de Estados Unidos.
Un legado político y cultural
Figuras como Salvador Allende, Clodomiro Almeyda y Eugenio González, entre otros, entendieron que los desafíos de Chile eran inseparables de los que enfrentaban otros pueblos del continente. Su pensamiento proponía una alternativa regional al modelo capitalista dependiente: un socialismo latinoamericano autóctono, adaptado a las realidades culturales e históricas de los pueblos.
Salvador Allende convirtió el latinoamericanismo en una política de Estado. Su gobierno promovió la cooperación Sur-Sur, la nacionalización del cobre como símbolo de soberanía y la defensa de una integración regional basada en la autodeterminación de los pueblos. Allende creía que el socialismo solo sería viable si América Latina avanzaba unida contra el imperialismo y la dependencia externa. Su visión de unidad fue estratégica y profundamente ética.
El proyecto de Allende, truncado por el golpe militar, se insertaba en esta visión de liberación continental.
Clodomiro Almeyda, uno de los grandes líderes del Partido Socialista durante la dictadura, desde su exilio, reivindicó la idea de una ciudadanía latinoamericana, sin fronteras, donde los migrantes fueran reconocidos como actores políticos de un mismo proceso emancipador.
Migraciones como expresión del conflicto social
El pensamiento socialista latinoamericano ha interpretado los movimientos migratorios no como fenómenos aislados ni como “problemas nacionales”, sino como síntomas visibles de un sistema económico injusto y desigual. Para autores como José Carlos Mariátegui y Eugenio González, la migración —interna y externa— refleja el despojo estructural de tierras, la precarización laboral y la violencia estatal que empujan a los pueblos a desplazarse.
En sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Mariátegui describe cómo el despojo de tierras a comunidades indígenas forzó una migración hacia los centros urbanos y mineros. Esta movilidad, afirma, no es elección sino efecto de una estructura económica colonial y capitalista. Mariátegui, pionero del socialismo indoamericano, insistía en que América Latina debía concebirse como una unidad cultural y económica. “No queremos calcar ni copiar, sino crear”, escribió, anticipando una visión de integración regional que reconocía a los migrantes como sujetos de lucha, no como amenazas.
Un sujeto histórico compartido
Desde esta óptica, los migrantes —lejos de ser ajenos al cuerpo social— son parte esencial del sujeto histórico latinoamericano: trabajadores, campesinos, indígenas y exiliados que comparten una condición común de explotación. La discriminación y la xenofobia, en este marco, no son solo prácticas de exclusión, sino herramientas políticas para dividir a la clase trabajadora y desarticular su potencia transformadora.
El filósofo, educador y fundador del Partido Socialista de Chile, Eugenio González, fue defensor férreo del latinoamericanismo como forma de resistencia. Para él, las migraciones —especialmente las forzadas— eran el resultado de un proyecto político de desmembramiento social impuesto por el imperialismo. En sus textos, sostiene que la integración regional debe ser no solo política, sino humanitaria: los migrantes no deben ser vistos como carga, sino como expresión de una lucha popular que merece refugio, derechos y dignidad. La solidaridad regional, escribía, “debe ser la base de cualquier integración verdadera”.
Clodomiro Almeyda, intelectual y canciller del gobierno de Allende, vivió en carne propia el exilio tras el golpe de 1973. Desde Berlín o La Habana, sostuvo que la migración forzada por la represión no solo era un drama humano, sino un fenómeno político. “La solidaridad entre los pueblos oprimidos no reconoce fronteras”, escribió. Almeyda defendía una ciudadanía continental, donde el poder popular incluyera a los migrantes como protagonistas de la transformación. Su pensamiento articuló una crítica radical a las fronteras como herramientas del poder oligárquico y una propuesta de integración basada en la soberanía popular.
El latinoamericanismo socialista no ha sido una consigna vacía, sino una praxis concreta de solidaridad, resistencia y esperanza. A través de las migraciones, forzadas o voluntarias, se ha tejido una identidad regional en movimiento, donde los exiliados, trabajadores y pueblos desplazados siguen siendo protagonistas de un proyecto de emancipación que, aunque golpeado, no ha sido derrotado.
La historia del socialismo chileno y latinoamericano enseña que, cuando los pueblos cruzan fronteras, no abandonan su causa: la llevan consigo, multiplicada, hacia nuevos territorios de lucha.
Sin embargo, este horizonte enfrenta hoy una amenaza creciente. En América Latina y el mundo, la ultraderecha avanza con discursos que apelan al miedo, al racismo y a la exclusión. Las migraciones —que deberían convocar a la solidaridad— son instrumentalizadas como chivo expiatorio de crisis sociales que el propio neoliberalismo ha generado. Desde las grandes ciudades hasta los márgenes rurales, emergen narrativas que demonizan al migrante, lo reducen a cifra o enemigo, y buscan erosionar los lazos de hermandad histórica que el latinoamericanismo defendió con convicción.
Frente a esta ofensiva reaccionaria, el desafío de las izquierdas contemporáneas no es solo resistir, sino también reencantar el imaginario colectivo con una propuesta integradora, justa y profundamente humana. Hoy más que nunca, reivindicar la migración como parte de la historia común de lucha es también defender la dignidad de nuestros pueblos.
Orientaciones para una integración solidaria de la migración en el Chile de hoy
Frente a este panorama, el latinoamericanismo socialista debe ofrecer una serie de propuestas que se orienten a recuperar la dimensión humana y política de las migraciones.
Sin pretender hacer un listado exhaustivo, ni una propuesta programática, compartimos algunas orientaciones que creemos ponen en valor la visión socialista y latinoamericanista del fenómeno de las migraciones en la actualidad.
En primer lugar, reafirmar un enfoque de derechos que parta por el reconocimiento pleno de los derechos humanos, sociales y laborales de los migrantes.
En segundo término, promover políticas de libre circulación en el continente. La migración no es un delito y cuando es irregular deben buscarse las formas de transformarla en regular, ordenada y segura, tal cual lo propone el Pacto de Marrakech de 2018, el cual Chile, bajo el Gobierno de Piñera, no suscribió, quedando como el único país sudamericano, y uno de los doce en todo el mundo, sin firmarlo.
La necesidad de concretar un proceso de regularización extraordinario para las cerca de 330 mil personas que se calcula están en situación de irregularidad, se hace cada vez más urgente.
En tercer lugar, rechazar la criminalización de la migración. La evidencia internacional y chilena es vasta en descartar que el aumento de los índices de la criminalidad es un fenómeno que se asocie a los flujos migratorios. A pesar de ello, las derechas latinoamericanas intentan con todos sus medios hacer creer a la población de que migración es igual a delincuencia e, incluso, la asocian al crimen organizado.
El crimen organizado, lejos de ser consecuencia de los flujos migratorios, se potencia en la lógica neoliberal de competencia inescrupulosa y brutal por los recursos y territorios, identificando en los flujos migratorios una oportunidad más de negocios ilícitos, convirtiendo a los migrantes en víctimas de tráfico y trata de personas, generándose grandes ganancias que explotan la necesidad y vulnerabilidad de las personas que migran.
Por otra parte, se requiere de la creación de mecanismos de integración regional basados en la justicia social y la soberanía popular. No bastan procesos económicos de integración ni la geopolítica de los estados, la construcción de un sujeto popular que trascienda a los países es una tarea tan válida hoy como cuando se iniciaron los procesos de colonización en nuestro continente.
Más allá de lo programático, estas propuestas son coherentes con una visión de América Latina como espacio de lucha común. Una visión que, a pesar de las derrotas, el exilio y la represión, ha sobrevivido gracias a las redes de solidaridad construidas en las diásporas políticas, los foros de derechos humanos y los movimientos sociales.
¡Nunca será ni demasiado tarde, ni demasiado temprano para afirmar los principios del latinoamericanismo socialista frente a la ofensiva fascista de la ultraderecha que, como siempre, busca con xenofobia y racismo, dividir nuestros pueblos!
*Miguel Jara Gómez, colaborador de El Maipo, es antropólogo social, magister en Educación y Comunicador Social.