Cada año, en mayo, se despliega el mismo espectáculo: vitrinas repletas de regalos domésticos, ofertas especiales para “regalonear a mamá”, mensajes cargados de emoción que exaltan el sacrificio maternal como si fuera parte esencial e inevitable de ser mujer. “Madre hay una sola”, repiten como mantra, como mandato, como trampa. Porque esa frase no solo busca homenajear: también encierra siglos de subordinación y culpa. De mujeres relegadas al espacio privado, aplastadas por la expectativa de darlo todo sin pedir nada a cambio, en silencio y con una sonrisa permanente.
El Día de la Madre se ha convertido en una fecha que, bajo la apariencia de celebración, perpetúa un modelo de maternidad que romantiza la abnegación y oculta la precariedad. Se glorifica el sacrificio, pero se ignora que ese sacrificio casi nunca es una elección. Se celebra el amor incondicional, pero se espera que ese amor se traduzca en servidumbre. Lo que se honra no es a la mujer que materna, sino a la mujer que renuncia a sí misma. Y eso no es homenaje: es control social.
El patriarcado de la mano del capitalismo ha moldeado la maternidad para mantener a las mujeres en roles de dependencia, relegadas al cuidado de otros, invisibles pero imprescindibles. Se espera que trabajen, críen, cuiden, escuchen, sostengan emocionalmente –y, a veces, también económicamente–, sean parejas comprensivas, hijas dedicadas, vecinas activas y, por supuesto, madres perfectas. Todo a la vez. Y, nuevamente, siempre en silencio.
No es natural que las mujeres carguen solas con el peso del hogar, las emociones familiares, la crianza, la vida doméstica. Es estructural. Es político. Y es injusto. Esto nos debe escandalizar como sociedad en su conjunto y no restringirlo a una problemática solo de mujeres o caer en estereotipos al afirmar que es “solo una demanda de las feministas”, como si fuera pataleta. Nos afecta a todos y todas.
El feminismo no está en contra de la maternidad. Está en contra del uso que el sistema ha hecho de ella para reforzar la desigualdad. Luchar por una maternidad feminista es luchar por el derecho a decidir sin culpa, a maternar con apoyo, con políticas públicas efectivas, con redes que sostengan. Es exigir el reconocimiento económico del trabajo de cuidados, el fin de la violencia obstétrica, la corresponsabilidad efectiva de los hombres y del Estado. Es defender el derecho de las mujeres a ser madres sin dejar de ser personas.
Una maternidad feminista no impone ni idealiza. No espera heroísmo. No premia la renuncia. Reconoce que ser madre debe ser una decisión y no una obligación. Celebra a quienes maternan, a quienes no, a quienes lo intentan de múltiples formas. Porque el deseo de ser madre, si existe, debe nacer de la libertad, no de la presión, la culpa o el temor al juicio.
No queremos más flores que busquen compensar por el maltrato y la negligencia. Queremos derechos. Queremos justicia. Queremos tiempo libre, autonomía, reconocimiento. Queremos dejar de sentir que todo depende de nosotras.
Si vamos a hablar de homenaje, entonces hablemos en serio: no queremos más desayunos simbólicos si no hay licencias de posnatal dignas, si no se implementa un proyecto de sala cuna, si criar implica pobreza, aislamiento y desgaste emocional.
Debemos apoyar y promover más iniciativas como la Ley de Responsabilidad y Pago Efectivo de Pensiones de Alimentos (“Papito Corazón”), Chile Para Todas para impulsar la participación de mujeres en sectores masculinizados, la Ley de Reparación de víctimas de femicidio, los Centros de Atención Especializada en Violencias de Género, la Ley Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia de Género Contra las Mujeres, entre otras.
Este Día de la Madre, celebremos con conciencia. Abracemos a quienes maternan en la adversidad, a quienes crían desde la resistencia, a quienes luchan día a día para no perderse en la trampa del sacrificio. Y también celebremos a quienes rompieron con ese mandato, a quienes se negaron a cumplir un rol impuesto, a quienes dijeron que no. Porque todas ellas nos muestran que otra maternidad es posible: una que no duela, que no agote, que no subordine.
Una maternidad feminista no solo es justa: es urgente.
*Nayati Mahmoud es militante del Frente Amplio y concejala en la comuna de Las Condes (RM).