El año 2014 leí Volverse palestina (Random House, 2014), primera parte de Palestina en pedazos (Random House, 2021) de Lina Meruane. Este año continué la lectura. En el horroroso contexto actual, el título Palestina en pedazos me sonó a una Palestina destrozada producto de los bombardeos y los bulldozers. Obviamente, algo de eso hay en un texto que busca adentrarse en un territorio y un pueblo atravesado por la ocupación, el desplazamiento y el conflicto, pero el texto de Meruane no es solo una exposición histórica, sino que trata de su propia apropiación de esa historia. Adentrarse en la palestinidad o, como con toda simpleza dice la primera parte de su libro, volverse palestina.
Palestina en pedazos es un texto que habla de un viaje genealógico, biográfico e histórico, que parte con los recuerdos que la autora tiene de la casa y el negocio familiar, pasa por tratar de adentrarse en los recuerdos de su padre, un tanto reacio a contar la historia de la familia y los vínculos con la tierra de donde tuvieron que huir. Continúa con un viaje a la tierra de sus ancestros en Beit Jala y con una investigación sobre la ocupación israelí del territorio palestino. Lentamente en el texto, tal y como lo dice su título, Meruane se vuelve Palestina: reconoce su apellido (lo rastrea); reconoce la importancia del retorno a las raíces; visita a su familia en Beit Jala; la tratan como una palestina en el aeropuerto de Ben Gurion y en la calle; hace comunidad; intenta conocer sobre la ocupación y los vejámenes a los que son sometidos los palestinos en su tierra; genera solidaridad y trata de sumarse de alguna manera a la resistencia al adentrarse en las zonas ocupadas, esquivando las limitaciones que impone la autoridad israelí, y conociendo la vida de los palestinos en esos espacios y sus propias formas de rebeldía; por sobre todo, trata de sumarse a la resistencia al reconocerse como parte de la diáspora palestina en el mundo y exponer esta historia a través de su libro.
Lo extraño y al mismo tiempo maravilloso de este libro es que, al leerlo, junto con Meruane una también se vuelve un poquito palestina. Con la facilidad que nos dan los teléfonos a la mano, mientras leía me descubrí buscando nombres, ciudades, fechas y conflictos, mirando documentales. No se puede leer su libro sin interiorizarse en la Palestina que ella narra. Y, así, en esa imagen de ella misma sentada en el suelo de una biblioteca al volver a Nueva York, leyendo sobre el conflicto y la ocupación, una también se sienta a investigar sobre esos nombres que la autora nunca expone por completo porque, al parecer, cada una tiene que hacer su propio viaje: ella a sus raíces, y yo a la historia de un pueblo colonizado y destrozado que trata de sobrevivir, con el que solo me vincula la humanidad.
En este viaje, que en mi caso termina hoy con las noticias de guaguas que mueren de hambre, de personas asesinadas por el ejército israelí en los puntos de entrega de ayuda humanitaria y del bombardeo del café Salem, inevitablemente, una también se llena de impotencia y trata, de alguna manera, de formar parte de la resistencia palestina. No podría ser de otro modo.