A fines de 2018, recibí un llamado inesperado desde Alemania. La Universidad Libre de Berlín me invitaba a sumarme a un proyecto inédito: registrar en Chile los testimonios audiovisuales de sobrevivientes, víctimas y personas vinculadas con la historia de Colonia Dignidad. El proyecto me parecía potente y de gran envergadura, no solo por la cantidad de entrevistas que se planeaban hacer en un plazo de tres años, sino por la importancia de un archivo oral de este tipo. Entendí, desde el principio, que no sería un trabajo más.
Colonia Dignidad había sido fundada por Paul Schäfer, un enfermero del ejército nazi que, tras varias denuncias por abusos sexuales, escapó a Chile en 1961. Se instaló junto a otros alemanes en la precordillera de Parral, en un gran predio que prontamente integraría también a chilenos. Desde prácticamente su fundación, Colonia Dignidad escondió crímenes tras sus cercos electrificados: abusos de todo tipo, esclavitud y desapariciones. Durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, y debido al anticomunismo declarado de Schäfer y los demás jerarcas, la Colonia funcionó como centro clandestino de experimentación para la tortura y la desaparición de opositores al régimen. Hoy, rebautizada como Villa Baviera, funciona como un centro turístico en el que aún se puede respirar la historia de la antigua Colonia Dignidad que en ese momento estábamos a punto de documentar.
Yo ya había trabajado antes en archivos de la memoria. En 2008, con el equipo del Parque por la Paz Villa Grimaldi, grabamos los primeros testimonios de sus sobrevivientes. Luego vinieron las entrevistas del ex Cuartel Borgoño. En total cerca de ciento cincuenta testimonios en los que accedí al horror, pero también a la humanidad y el compañerismo de chilenos y chilenas secuestrados en dictadura. Esta vez, con Colonia Dignidad, el encargo era un poco distinto. Documentaríamos las voces de un lugar donde el horror no solo había sucedido, sino que seguía habitado por quienes fueron víctimas y también victimarios, en un extraño presente de injusticia y marginación social.
Las entrevistas eran largas, a veces de más de ocho horas. Algunas fueron realizadas en alemán. Viajábamos por varios días para poder hacer dos o tres testimonios a la vez. Muchas veces grabábamos en lugares que no podíamos controlar del todo o derechamente en espacios impersonales o carentes de significado emocional. Las dificultades de todo tipo se vieron intensificadas por jornadas de lluvia interminables y una pandemia que nos obligó a grabar en condiciones muy difíciles para cumplir con todos los protocolos. De cualquier forma, lo importante era resguardar esa memoria. Como fuera. Pues podía pasar, como ocurrió con varios testimonios, que esa puerta que se había abierto para nosotros no volviera a hacerlo nunca más.
Una memoria trae el pasado al presente por medio del relato y eso es lo que ocurría con cada testimonio. Cada entrevistado hacía ese viaje ante nuestros ojos, pero también nosotros, detrás de cámara, acompañábamos ese tránsito. Y en ese acto de escucha compartida, comprendí algo que quizás solo con el pasar de las entrevistas logré intuir: no hay testimonio posible si no hay quien lo escuche. El testimoniante y el oyente son parte de la misma máquina de la memoria. Esto es precisamente lo que resguarda un archivo. Ese pacto ético entre dos o más individuos que comparten la experiencia del testimonio y lo registran para siempre en un dispositivo.
La reconstrucción de esta memoria individual, por medio de un relato, hacía emerger ante nuestros ojos y ante el lente de la cámara, la densidad particular de un acontecimiento histórico. Si se quiere, lo que acontece siempre y finalmente en un testimonio de estas características es propiamente la Historia.
Filmar en Colonia Dignidad fue también moverse en una frontera extraña entre el pasado y el presente, entre lo dicho y lo indecible. Hoy, Villa Baviera continúa siendo un espacio opaco. Las visitas de nuestro equipo de filmación a las casas de algunos testimoniantes eran supervisadas, registradas y muchas veces sentimos ser vigilados por personas que no lográbamos ver. Los testimonios mismos estuvieron llenos de lapsus y silencios incómodos en los que podíamos intuir cómo aparecía el miedo a mencionar ciertos hechos o nombres propios. El trauma, sin duda, también formó parte de la experiencia completa y, poco a poco, fuimos entendiendo, como equipo de entrevistas, que aquellos miedos estarían presentes en cada testimonio.
Creo que filmamos para ver, inclusive lo que no se quiere. La memoria pone el pasado en el presente, a veces con violencia, a veces con dolor y en ese movimiento entendemos quiénes somos y quiénes son nuestros pares. La memoria brota. Por eso necesitamos narrar a otros nuestra historia. Porque recordando también vivimos. Creo que, después de un tiempo, comprendí que esos relatos también me pertenecían. Sus voces y experiencias me habían permeado y yo mismo había quedado conectado a sus propias memorias.
En 2022, dirigí una pieza audiovisual llamada “Baviera”, que recoge experiencias de dolor centrada en niñas chilenas abusadas por Paul Schäfer. En 2024 dirigí una obra teatral llamada “Sprinter”, que también forma parte de este universo doloroso llamado Colonia Dignidad.
Finalmente, creo que en eso consiste la experiencia de un sujeto que trae al presente su memoria: genera ahora una otra experiencia, la del acontecimiento y la de la representación en todo aquel que ha sido testigo de ese viaje. Es esta dualidad experiencial del testimonio, esa prueba de fe del testimoniante con su testigo u oyente, lo que significa para mí la palabra memoria. En este acto de representación del testimonio, el relato se ha vuelto súbitamente narración, acontecimiento histórico. Muchos procesos ocurren simultáneamente en esta acción. No alcanzamos a percibirlos todos. Por lo menos en ese minuto. Con el tiempo, esa memoria emerge en uno mismo como una responsabilidad. No solo de recordar sino también de narrar. Quizás ese sea el sentido final de mi trabajo: que lo que en algún momento fue, vuelva a brotar ahora para que otros puedan verlo con sus propios ojos.
Actualmente, varios excolonos están llevando a cabo una lucha significativa en la recuperación de tierras, la exigencia de justicia y memoria histórica para las víctimas y la participación equitativa en la administración del patrimonio del enclave. El Estado chileno ha comenzado, después de veinte años, un proceso de expropiación de terrenos en la ex Colonia Dignidad que busca reparar las atrocidades allí cometidas, abriendo así un camino de encuentro con nuestra memoria como país.
*Edison Cajas G. es director de cine y teatro, y parte del Núcleo Creativo CC.
