Marybel Fuentemavida / Ecos del campo. Feminismo en la ruralidad

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Desde muy joven, observé cómo las mujeres de mi entorno, como Paula, una compañera de liceo de Palmilla, enfrentan decisiones cruciales sobre sus vidas con una resignación que no siempre comprendía. Paula era una compañera de liceo que abandonó los estudios en segundo medio para casarse. Me preguntaba entonces por qué mi joven amiga debía renunciar a su educación por un matrimonio prematuro. Ella provenía de Palmilla, una localidad campesina. La veía, a la vez, confundida y orgullosa de la decisión de su familia mientras me contaba cómo su vida con su futuro esposo e hijos la convertiría, finalmente, en una respetada mujer de familia.

Pensar en Paula me producía una sensación de incomodidad cuyo significado no comprendía del todo en aquel momento. Ella llegaba muy temprano cada mañana, viajaba en una micro pequeña llena de otros estudiantes que salían del campo para poder continuar sus estudios en algún liceo de Linares. Era una buena alumna, muy aguda. Me inquietaba que no quisiera seguir estudiando, que no aspirara a trabajar y hacer de su vida algo distinto. Que no pudiera decidir por ella misma.

Mi conciencia, como la de mis compañeras, despertó dentro de la rígida estructura de la sociedad latinoamericana, específicamente en Chile, en la comuna de Linares. Vivía en una especie de sueño o pesadilla donde mi voz no encontraba eco. Intentaba gritar, pero nadie escuchaba en un entorno que me obligaba a aceptar el silencio como parte de mi realidad.

A mi alrededor, la naturaleza se mostraba libre e inmensa, con una voz mucho más fuerte que la mía. Las mujeres que conocí, madres, esposas e hijas, trabajaban incansablemente en las cosechas de temporada, con sus manos marcadas por la tierra. A menudo decían que esta era su vida porque no eran «estudiadas».

Dice Silvia Rivera Cusicanqui: “las mujeres siempre tejen relaciones con el otro, con lo otro. Con lo salvaje, con lo silvestre, con el mercado, con el mundo dominante. (…) Hay una capacidad de las mujeres de elaborar relaciones de interculturalidad a través del tejido. Es un reconocer también que el cuerpo tiene sus modos de conocimiento” (1). Rivera me enseña que las mujeres rurales son guardianas de una sabiduría vital para la supervivencia y resistencia de sus comunidades. Es una visión de la mujer del campo que incluye fortaleza y generosidad, pero también miedos acallados.

José Bengoa, por su parte, también ofrece una mirada sobre la ruralidad y el papel de las mujeres en ella. Me invita a ver este entorno no solo como un espacio de trabajo arduo, sino también como un ámbito de construcción de identidades y resistencias. Este autor señala que el trabajo de las mujeres ha sido históricamente invisibilizado y poco reconocido. Un ejemplo es la Reforma Agraria, un proceso que, aunque significó mejoras en salarios, salud, educación y vivienda, no benefició equitativamente a las mujeres. La ley estipulaba que los beneficiarios de tierras serían los jefes de hogar, generalmente hombres, lo que dejaba a las mujeres en una posición de vulnerabilidad económica y dependencia. Aunque se promovió un modelo de familia moderna y colaborativa, esto también generó conflictos y tensiones en las relaciones de género (2).

Posteriormente, como lo indica Ximena Valdés (3) en sus estudios de la familia rural, la contrarreforma agraria acentuó las desigualdades, limitando aún más las oportunidades de las mujeres para acceder a la tierra y a recursos económicos. Sin embargo, algunas mujeres rurales se movilizaron y participaron activamente en organizaciones comunitarias, huelgas y tomas de tierra. Esta participación marcó un avance hacia la autonomía y el derecho a decidir sobre sus vidas y cuerpos: “La figura de la dueña de casa, soporte de la familia, amparada por los centros de madres, dio curso a la figura de la trabajadora, ya no solo garante de ingresos para la familia, sino además soporte de cambios en la sociedad, mediante su contribución económica a la superación de la pobreza” (p.200).

En los años ochenta, Julieta Kirkwood (4) ofreció una definición de mujer autónoma que emergió de su experiencia en espacios políticos donde cientos de mujeres latinoamericanas compartían sus vivencias. Kirkwood enfatizó que el feminismo es una forma de resistencia y transformación social que se nutre de la experiencia cotidiana de las mujeres, así como de su reflexión sobre la historia de opresión y resistencia que han enfrentado. Aunque, sin duda, esta reflexión sigue siendo relevante, es fundamental reconocer que puede distanciarse de las luchas sociales y las experiencias concretas de las mujeres, especialmente de aquellas que habitan en el ámbito rural.

Las académicas feministas han realizado esfuerzos significativos para visibilizar las historias de luchas de las mujeres rurales, conectando sus experiencias con marcos teóricos que buscan equidad y justicia. Sin embargo, es vital que estas historias se narren desde la perspectiva de las protagonistas, reconociendo la autonomía y la voz de cada mujer.

En este sentido, vuelvo a recordar a Paula, mi compañera de liceo, quien a los catorce años compraba un vestido blanco con su madre en una pequeña tienda de Linares. La vi probándose distintas opciones, llena de ilusión y felicidad. Su historia, aunque diferente a la mía, me hizo reflexionar sobre la importancia de no juzgar ni contradecir las realidades ajenas desde la distancia. Lo que realmente se necesita es escuchar. Quizás Paula me habló de su futuro matrimonio y yo, atrapada en mis propios pensamientos, no presté atención a sus palabras, al igual que otros no escucharon las mías. Es a través de la escucha activa y el respeto por la diversidad de experiencias que podemos realmente contribuir a un feminismo que refleje las múltiples realidades de todas las mujeres.

La ruralidad en Chile ha sido históricamente un espacio de resistencia y construcción de identidades. Las mujeres rurales y campesinas son trabajadoras incansables, guardianas de saberes ancestrales y protagonistas de cambios fundamentales en sus comunidades. Sin embargo, su voz ha sido constantemente silenciada.

Escribo para ellas, para todas nosotras que más de una vez hemos sido silenciadas y relegadas a los márgenes. Escribo para denunciar las injusticias y para reivindicar nuestra capacidad de soñar y construir un futuro más justo. Escribo para mi compañera Paula y para muchas como ella que merecen decidir sobre su futuro y su cuerpo, y sobre todo ser escuchadas. El eco de las voces de mujeres en el campo chileno es una llamada a la acción.

(1) Barber, Kattalin (2019). SilviaRivera Cusicanqui: “Tenemos que producir pensamiento a partir de lo cotidiano”. El Salto. https://www.elsaltodiario.com/feminismo-poscolonial/silvia-rivera-cusicanquiproducir-pensamiento-cotidiano-pensamiento-indigena

(2) Bengoa, José (1988). Historia rural del Chile central. Editorial Universitaria.

(3) Valdés, Ximena. (2007). Vida en común: familia y vida privada en Chile. Editorial LOM.

(4) Kirkwood, J. (1986). Ser política en Chile: los nudos de la sabiduría feminista. Editorial Cuarto Propio.

*Marybel Fuentemavida Vásquez , presidenta de la Fundación Paritas, es Administradora Pública y estudiante del programa de Magíster en Metodologías Críticas para la Investigacion Social de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano .

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