Uruguay atraviesa un momento decisivo. Durante décadas, hemos confiado en una receta que ya ha demostrado su fracaso a nivel global: la de creer que con más patrulleros, más controles y más cárcel se puede ganar la guerra contra el crimen organizado. Los resultados están a la vista. Pese a una inversión millonaria en seguridad, sentimos cómo la violencia vinculada al narcotráfico sigue golpeando nuestros barrios y comunidades. Paradójicamente, el Estado invierte significativamente más en combatir el crimen de lo que este lava dentro de nuestras fronteras, pero libra una guerra asimétrica con las herramientas equivocadas. Mientras el 82% de los recursos se destinan a la fuerza directa, solo una ínfima parte (el 0.2%) se dedica a atacar el corazón del crimen moderno: su flujo de dinero.
La experiencia pionera de la regulación del cannabis nos enseñó una lección poderosa: la audacia basada en la evidencia paga. No fue un salto al vacío, sino un paso meditado que nos permitió ver resultados concretos: se redujo el mercado negro a la mitad, se generaron millones de dólares en impuestos para reinvertir en salud y educación, y, lo más importante, dejamos de criminalizar a miles de compatriotas por un delito menor. Fue un primer paso valiente que hoy nos ilumina el camino para el desafío mayor: el impacto devastador de la cocaína y la pasta base, que envenenan a nuestra juventud, alimentan la violencia y corroen nuestras instituciones con la corrupción. [Continuar leyendo en DiarioLaR…]