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Portal Socialista > Contenido > Política > Pensar la actualidad > Daniel Báez B. / Claudia Funes L. / Carlos Cerpa M. / Fin de un ciclo: conclusiones y perspectivas
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Daniel Báez B. / Claudia Funes L. / Carlos Cerpa M. / Fin de un ciclo: conclusiones y perspectivas

8 agosto 2025
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28 Min de Lectura
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Quienes suscribimos estas líneas, militamos en el Partido Socialista de Chile desde antes de la reconquista de la democracia. Previo a ello, y desde el triunfo del presidente Allende, fuimos jóvenes allendistas partidarios de su gobierno. Vivimos las consecuencias de la derrota de 1973 y, algunos, el exilio; estuvimos hombro con hombro en las organizaciones sociales, populares y de mujeres durante las primeras protestas tras el objetivo de reconquistar la democracia, a partir de lo cual comenzamos a encontrarnos con una de las expresiones de convergencia de los socialistas, el Bloque Socialista.

Participamos entusiastamente en el Plebiscito de 1988 para cuyo cometido, al estar proscritos, contribuimos, desde el Partido Socialista (PS), a la creación del Partido por la Democracia (PPD); fuimos parte del proceso de unidad del PS desde el sector Núñez-Arrate de entonces y asumimos tareas en torno a su concreción.

Reconquistada la democracia, desde distintas posiciones en la estructura regular en los niveles comunal, provincial, regional y nacional, en la sociedad y los sistemas de representación, proseguimos junto a muchos y muchas otras compañeras y compañeros, en la infatigable lucha por profundizarla. Ello, porque entendimos tempranamente, y seguimos entendiéndolo con mayor razón ahora, que es en democracia y pluralismo político que será posible avanzar en igualdad, justicia y derechos sociales, sin que por ello se deba sacrificar la propia democracia. Legado que sin duda le debemos al presidente Allende, avalado por la experiencia de otros pueblos y naciones, y el desarrollo alcanzado por la ciencia y las tecnologías.

Sin para nada haber abandonado los objetivos políticos por los cuales hemos luchado todos estos años, este texto se refiere a las razones por las cuales algunos de nosotros dejamos de militar en el PS, mientras otros comenzamos a experimentar un proceso de alejamiento progresivo de la estructura política de la que fuimos activos integrantes.

El alejamiento del PS no ha sido un proceso para nada fácil. En él se entrecruzan experiencias e intercambios de distinto tipo, algunos triunfos y muchas más derrotas, pero por sobre todo ideas, conceptos, rostros e imagines imborrables de entrañables compañeros con quienes compartimos esperanzas y utopías. Ese es un acervo colectivo y lo atesoramos.

Con todo ello en mente, decidimos poner en común y por escrito un proceso de reflexión que no es estrictamente nuevo entre nosotros y que se sustenta en la experiencia que vivimos en el contexto de la transición, aunque no empieza ni termina allí.

Lo primero que quisiéramos partir señalando es que nos sentimos hermanados con todas y todos aquellos que participamos en la reconquista de la democracia y en los logros sociales y políticos que le sucedieron. Aunque, también, sin lugar a equívocos, tenemos plena conciencia de las muchas limitaciones y faltantes en materia de justicia social con sustento en una sociedad democrática plena y moderna, ideales socialistas de antaño, que nos siguen motivando.

Entre los logros icónicos alcanzados en los así llamados 30 años, destacan aciertos muy importantes conseguidos durante los gobiernos democráticos que apoyamos y contribuimos a sostener, como lo es, por ejemplo, haber logrado que las instituciones militares regresaran a las funciones que les corresponde desarrollar en cualquier Estado democrático.

Ninguna persona que haya conocido la realidad social en la que al cabo de la dictadura militar se encontraba la mayoría del pueblo chileno podría desconocer los avances conseguidos en integración social; lo mismo que la reinserción de Chile en el escenario mundial, un país aislado internacionalmente solo a un nivel comparable al que en esos mismos años se encontraban regímenes despóticos del tipo Apartheid y otros similares bajo dominio colonial.

En fin, deberá ser atesorado por las nuevas generaciones de luchadores sociales y la sociedad chilena toda, como parte de su memoria histórica, el Informe Rettig que dejó registro de las atrocidades cometidas por la dictadura cívico-militar y que tendrá que servir de recordatorio, y sustento ético y moral, para evitar cualquier intento que busque reproducirlas en el futuro.

Como personas de izquierda que somos y que vivimos la pérdida de la democracia en nuestro país con sus nefastas consecuencias impuestas por la dictadura a sangre y fuego, no podemos dejar de reconocer la importancia que tuvo para Chile la conjunción entre el centro político representado en ese periodo por la otrora poderosa Democracia Cristiana (DC) y esta parte de la izquierda, agrupada en el PS luego de años de divisiones y fracturas, y la conclusión central de la época de avanzar por el camino de la salida política a la profunda crisis a la que había sido arrastrado el país por la dictadura.

La decisión de participar del plebiscito, aun sabiendo que ocurría en el marco de la institucionalidad dictatorial, es el hecho que permitió derrotarla ese hoy lejano 5 de octubre de 1988. Con todas las limitaciones anexas que condicionaron avanzar en profundidad democrática hasta nuestros días, un tedioso periodo de transición que le prosiguió y que muchas veces criticamos junto a otros compañeros desde el interior del PS, reivindicamos el triunfo del plebiscito como un hecho histórico solo comparable a las luchas independentistas en contra del imperio español o la nacionalización del cobre, el siglo pasado.

En consecuencia, no tenemos reproche alguno que hacerle al centro político, que desde sus propias convicciones asumió lo que entendía debía emprender en ese periodo. Tampoco nos asiste ningún extraño sentimiento culposo con respecto a las limitaciones y errores políticos cometidos y de los que naturalmente no somos ajenos.

Pero una cosa es reconocer crítica y autocríticamente las falencias y otra muy distinta es reemplazarlas por el silencio. Por eso es valorable -y a la vez llama la atención- que el presidente Boric, reconociendo sus propios errores de apreciación acerca de un pasado que no vivió, haya llegado a conclusiones más cercanas a lo que fueron las dificultades y desafíos de ese tiempo, y no así altos exdirigentes del progresismo.

Dicho todo lo anterior, y sin pretender ir al detalle de los hechos y situaciones que han marcado la vida política e institucional del país estos últimos 35 años y al papel jugado por los socialistas en ese periodo, existen algunos rasgos que quisiéramos puntualizar.

Uno de ellos es que, si bien el PS fue pionero en ampliar los márgenes de la democracia en su interior, temprano promotor de la discriminación positiva y políticas de género, y jugó un rol político claramente identificable en la sociedad, así como también impulsó innovadoras formas de conectar desde los territorios demandas sociales hacia el nivel central del Estado, la inercia en el ejercicio del poder terminó siendo más fuerte, desdibujándolo.

Sintomático al respecto es que incluso hasta el día de hoy, algunos dirigentes alimentan su conformismo comparándose con el peso electoral relativo al de otras fuerzas políticas del arco del progresismo y la izquierda, como si ese tuviera que ser el rasgo distintivo de una fuerza socialista.

El PS, un partido de izquierda, con su propia acumulación teórica, ideológica y política de décadas, al comenzar a mimetizarse con el centro, abre curso en simultáneo a perder lentamente su esencia, a desconectarse de la sociedad más allá de las condiciones objetivas que le habían sido impuestas por la dictadura a la izquierda, vacío que originó en el tiempo un progresivo, pero sistemático fortalecimiento y transversalización de corrientes tecnocráticas al interior de los partidos de la Concertación, sectores PS incluidos, aparejado a un intenso proceso de despolitización.

No siempre fue así, porque si bien el tecnocratismo es un pilar del neoliberalismo, durante los primeros años de la transición había sido condicionado por el ímpetu democratizador, que siguió latiendo en amplios sectores de la sociedad por varios años luego de la derrota de la dictadura en el plebiscito. Hitos claves en ese condicionamiento fueron la ampliación de los espacios democráticos que se iban conquistando, como la democratización de los municipios, en 1992, y los gobiernos regionales que abren el aún inconcluso proceso de descentralización y otras materias de avanzada social, como fue la reforma tributaria impulsada y convertida en ley por el gobierno del presidente Aylwin al inicio de su gobierno.

Ese tipo de medidas progresistas, junto a otras, jugaron un papel subjetivo esperanzador en sectores mayoritarios del pueblo chileno que nos reconocía eligiéndonos en los distintos niveles del sistema de representación en un escenario, además, en el que la lucha política, si bien limitada igual que ahora por el control de la derecha política y económica de los medios de comunicación, no se había encapsulado al nivel que le conocemos hoy. La derecha chilena que se dedicó, desde el primer día luego de reconquistada la democracia, a emporcar la política y toda expresión pública en la economía y los servicios públicos, reconozcámoslo, triunfó en su intento.

Factores de orden internacional jugarían a favor de las corrientes conservadoras en la política chilena. Es así que, hacia 1997, la crisis asiática de julio de ese mismo año, que golpea a Chile, limitando el gasto social, sirvió de sustento material para la consolidación de una visión tecnocrática de la política y un giro neoliberal en la gestión de gobierno. El desenlace de la pugna entre lo que se conoció como las dos almas de la Concertación, una autocomplaciente, autoflagelante la otra, terminó favoreciendo la visión tecnocrática y neoliberal de la Concertación y su consecuencia más funesta: elitización de la política.

Un primer gran efecto fue que empezaron a cerrarse espacios para incidir desde los territorios en la articulación política entre las demandas y necesidades de la sociedad con la estructura política del Estado. Se haya o no buscado conscientemente aquello, es sabido que, al restringirse el espacio para la intermediación, en una sociedad falta de derechos consagrados como la nuestra, se fortalece alternativamente el clientelismo, el pituteo y el asistencialismo, todos ellos aliados de la corrupción. La política pasa a ser así accesoria y el personalismo cunde.

Cuando la técnica deja de ser un medio o instrumento, y pasa a ser un fin en sí mismo, se resiente inexorablemente la política, afectando principalmente a las fuerzas de cambio, socialistas entre ellas. De la mano del tecnocratismo se empezó a configurar el inicio del desacople de la superestructura política institucional de las bases sociales de apoyo a los gobiernos democráticos y comenzó del fin de la ex Concertación. Su desenlace, cuestión de tiempo.

Así las cosas, y pese al esfuerzo del primer gobierno de la presidenta Bachelet, que buscó dar respuestas a las demandas estudiantiles de 2006 y luego, en su segundo mandato, a las universitarias de 2011 y otras de sectores medios, impulsando con tal propósito reformas que permitieran encauzar y torcerle el rumbo al estado en el que ya empezaba a hacerse más evidente la crisis de representación y deslegitimidad de la política, esta ha seguido acompañándonos hasta nuestros días, pese, también, al surgimiento de nuevos actores y liderazgos políticos que surgieron a partir de esos procesos, intentando lo propio.

Es que el capitalismo neoliberal, capitalismo salvaje o darwinismo social, según se prefiera, que escinde a la sociedad del Estado y a los individuos entre sí y a las comunidades que la conforman; que escinde al ser humano de la naturaleza; a la técnica de la política y a esta de la vida cotidiana; que escinde al pasado del presente y el futuro; que escinde al trabajo de su sentido más esencial y cosifica las relaciones sociales, termina indefectiblemente generando conflictividad social. En Chile, su laboratorio, hizo crisis al llevar a implosionar a nuestra sociedad en octubre de 2019.

Esa agresiva forma de capitalismo disuelve lo común, despolitiza lo colectivo, anula cualquier idea de sociedad más allá del mercado y busca, en última instancia, hacer desaparecer cualquier tipo de utopía y de serle posible, a la misma historia y su memoria. La revuelta social de 2019 es por tanto un punto de inflexión en la historia reciente de Chile y cierra un ciclo histórico, no obstante que no se exprese aun políticamente desde el punto de vista de la superación de sus causas más profundas, enterradas bajo una montaña de descalificaciones, campañas del miedo y criminalizaciones.

Ese es el trasfondo que entendemos coadyuvó a la revuelta social de 2019 y no una maquinación chavista tendiente a desestabilizar el orden democrático, como dijo la derecha, o la reducción que han hecho dirigentes del progresismo cuya atención la han puesto en reprobables actos vandálicos y no así en sus causas. Lo singular de ello es haber seguido poniendo ahí el acento y proseguir en una eterna y poco productiva puja entre partidos de coaliciones políticas diferentes, por más o menos cuotas de poder, situándose como consecuencia por encima del interés de las mayorías que se movilizaron por cambios.

Si la política institucional, como ocurrió en Chile, es corrompida por el poder económico y deja de representar el bien común, el escenario de conflictividad social queda -como quedó en Chile- a la orden del día. Se debilita la soberanía popular, se vacía la democracia de contenido real y se erosiona la confianza ciudadana en las instituciones. Ese es el escenario propicio para que crezcan el cinismo, el autoritarismo y el fanatismo.

No obstante, ese mismo deterioro es el que puede abrir espacios para avanzar en más y mejor democracia, cometido para el cual es perentorio recuperar la política como instrumento de justicia, igualdad e incluso sentido común. Y, por sobre todo, dejar de hacer lo mismo, repitiendo mecánicamente los ciclos históricos del pasado, en un país y un mundo que cambiaron. Porque la democracia, en crisis a nivel global, hace repensar su ejercicio en Chile y más allá de nuestras fronteras, pero por sobre todo requiere que las corrientes de izquierda, en general, se hagan cargo de los desafíos que ello involucra, en especial en relación a la profunda fractura en la que se encuentra la política respecto de la sociedad.

Es una necesidad actual y de futuro, pues la despolitización, la corrupción y los fenómenos autoritarios, han ido permeando la sociedad chilena y latinoamericana. Al no encontrar los cauces adecuados para resolver sus problemas, vuelven la mirada en búsqueda de salidas fáciles y populistas a problemáticas sociales que el capitalismo neoliberal, lineal y repetitivo, ha convertido en circulo vicioso.

Si bien se trata de fenómenos globales que desmienten el fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama, que favoreció con su visión la existencia de un solo poder hegemónico a nivel mundial, se han abierto nuevos espacios de interacción multilateral. Es el caso de los BRICS, un nuevo espacio de diálogo e intercambio colaborativo, que Chile no debe despreciar por una visión ideologizada que ha querido imponerse desde la derecha, pero no solo desde ella.

En un escenario convulso y polarizado, la candidatura de Jeanette Jara a la presidencia de la República, encabezando el arco de fuerzas políticas progresistas y de izquierda, abre nuevas opciones de cambio que aparentemente se encontraban cerradas. Más allá del timbre que quieran aplicarle los sectores cómodos con el neoliberalismo, puede generar un camino de desarrollo con propuestas que den cuenta de la problemática de la delincuencia y del crimen organizado como alternativas al Estado y la sociedad, la corrupción, el estancamiento de la economía y la crisis de la democracia.

Llegados hasta este punto, cabe hacerse la pregunta de si existe actualmente en Chile espacio para el desarrollo de una fuerza socialista y de izquierda capaz de co-crear con otros sectores sociales, académicos, del arte y la cultura, científicos y pueblo en general, una concepción política y de sociedad lo suficientemente amplia y plural para, sin renunciar a sus principios y valores, abordar los desafíos que hoy tenemos como país y proyectarse al futuro.

Entendemos que sí.

Con respecto a los desafíos que están por delante, tales como la crisis energética y climática; demográfica y social; el reto tecnológico y digital; la crisis geopolítica y los peligros latentes de una aterradora guerra nuclear; la concentración de la riqueza mundial, regional y nacional, en pocas manos; y el desafío de revitalizar el orden democrático, ampliándolo desde la esfera política a la social y económica, son elementos que reconfiguran no solo economías y formas de gobierno, sino que también requieren estimular nuevas formas de hacer política que permitan reorientar al Estado hacia formas más abiertas y eficientes en la solución de los problemas que siguen acumulándose.

Se trata, evidentemente, de temáticas que trascienden, por su importancia estratégica y de futuro, el exclusivo ámbito de la izquierda, existiendo un muy amplio campo para abrir curso a un proceso de cambio responsable y seguro de mayorías, que la sociedad chilena viene demandando a gritos.

Con respecto a una fuerza socialista, dos precisiones.

La primera, es que cuando acá hablamos de fuerza socialista, nos estamos refiriendo a una visión de alcance universal, que se funda en cuerpos filosóficos, teóricos, ideológicos y políticos de larga data en el mundo entero. No se agota por tanto en expresiones orgánicas específicas, aunque por supuesto que, en muchos casos, las incluye en el todo o en fragmentos, a veces uniendo teoría y práctica, pero la idea en sí trasciende sus expresiones orgánicas. Así también ocurre en sus formas de gobierno, múltiples y variadas, acotando, aunque a veces también ampliando, la contradicción entre igualdad-libertades políticas que ha separado a la izquierda mundial desde antes de la Revolución francesa.

En segundo término, en el caso de nuestro país, la principal expresión orgánica del socialismo ha sido el PS. Sin embargo, la cultura socialista lo excede e incluso es anterior a su existencia. Prueba de lo cual se encuentra en su mismo origen, pero también en la convergencia hacia el PS, desde mediados de la década de los ochenta, de otras fuerzas y corrientes que contribuimos a darle la forma que conocemos desde el término de la dictadura.

La cultura socialista en Chile, que se expresa en el pueblo chileno a veces en la forma de allendismo o en la actividad que desarrollan en los tejidos sociales simpatizantes, amigos tanto como militantes socialistas, da cuenta del enraizamiento de esta idea en la sociedad chilena. Además, distintos líderes, dirigentes y militantes han concurrido a la convergencia de fuerzas políticas que hoy forman el Frente Amplio, que también se define como socialista.

Entendiendo así esta nueva realidad del “mundo de los socialistas” en Chile, nos resulta difícil de aceptar la ofensiva, reduccionista y sectaria aproximación que el Socialismo Democrático hace al adjudicarse para sí el carácter democrático del socialismo.

Para terminar, algunos elementos que estimamos fundamentales para el desarrollo de una fuerza socialista, fundada en la izquierda, en Chile: respeto irrestricto a los derechos humanos, sin que razón alguna de Estado pueda violarlos; democracia plena, entendida en una relación reciproca y vital entre su esfera política, social y económica como fundamentos hacia un proceso de construcción de un Estado Social; dignificación del trabajo expresada en salarios dignos y protección social universal que aseguren una vida decente para todos los trabajadores y los excluidos, incluyendo el trabajo informal y nuevas formas de empleo asociadas a las tecnologías digitales; fortalecimiento de la negociación colectiva ramal y los derechos sindicales para equilibrar relaciones laborales y garantizar condiciones justas y equitativas en la relación capital-trabajo; descentralización del poder hacia las regiones y comunas; reconocimiento de derechos de las minorías sexuales y de aquellos inmanentes a los pueblos originarios.

Mención especial requiere la participación política ciudadana que plantea la necesidad ineludible de complementar el sistema de representación existente con formas de democracia directa, como modo de evitar que el régimen democrático continúe ahogándose en sí mismo al carecer del influjo de la sociedad. Asimismo, la necesidad no menos evidente de reorientarlo hacia la incorporación de conocimientos y saberes vitales para abordar las complejidades de la vida moderna, que la democracia representativa convencional no está recogiendo.

En esa perspectiva, el fortalecimiento de la vida democrática requiere mecanismos que permitan a las personas y comunidades involucrarse de manera más directa, sostenida y deliberativa en los asuntos públicos. El modo de lograrlo es abriéndole a la sociedad canales de participación en todos los niveles del Estado. Una ciudadanía activa no solo fortalece la legitimidad de las decisiones, sino que también promueve mayor transparencia, control social y cohesión entre Estado y sociedad, y destraba conflictos muchas veces artificiales al referirse a intereses subalternos y de sectores ideologizados y minoritarios, que impiden resolver las contradicciones y dolores incubados en la sociedad, quizás la más importante lección aprendida todos estos años, pero particularmente en el ejercicio del actual gobierno del presidente Boric.

Una piedra angular para la construcción de sociedades más democráticas, inclusivas y justas son los Cabildos Abiertos. En ellos los ciudadanos se autoconvocan y materializan la democracia, generando un sentido de pertenencia y responsabilidad hacia el bienestar colectivo, fortaleciendo la voluntad general, tomando parte activa en el ejercicio y control del poder y la política a través de procesos deliberativos amplios, pudiendo abordar temáticas de alcance nacional o acotados a realidades territoriales concretas como salud, educación, cultura, medioambiente, deporte y recreación, con el propósito de abrir el diálogo sobre el rumbo común deseable de alcanzar y canalizar demandas o propuestas precisas.

Se trata de instrumentos flexibles, que es indispensable fortalecer desde el punto de vista de los recursos financieros, político, legal y normativo.

*Daniel Báez B., abogado laboral, fue presidente del comunal San Bernardo y presidente provincial Maipo de la Juventud Socialista; secretario de Organización Comunal del PS San Bernardo y miembro del Regional Metropolitano JS.

** Claudia Funes L., gestora cultural, es dirigenta comunitaria. Integró la CP del PS Núñez-Arrate y fue dirigenta de la Unión de Mujeres Socialistas.

*** Carlos Cerpa M., exconcejal y exintegrante de la Comisión de Unidad PS RM; ex CC-RM y ex vicepresidente TS PS.

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