Violeta Parra y Los Ángeles Negros nacieron en San Carlos, en la región de Ñuble. También las longanizas, aunque los habitantes de la ciudad de Chillán no lo reconozcan. La película Denominación de origen (Tomás Alzamora, 2024) ambienta esta disputa a través de un equipo de cuatro sancarlinos que buscan conseguir la denominación de origen para estos famosos embutidos. Como lo hicieron los franceses con el vino espumante, que conocemos como Champagne y que ningún otro lugar en el mundo puede nombrar de esa manera. Y eso también merece la longaniza de San Carlos y su pueblo.
El equipo longanicero debe ponerse manos a la obra para conseguir apoyos y auspicios para alcanzar el objetivo. El llamado es a la comunidad y su identificación más profunda con la ciudad de San Carlos: las raíces, lo propio, la tierra y sus frutos. Con el objetivo en el horizonte, muchos se movilizan, y los miembros del equipo aprovechan ese entusiasmo, concentrados en su mejor despliegue. La dirigenta y líder es Luisa, una mujer trans, sancarlina por elección –vecina de la población 11 de septiembre– que está al cuidado del tío Lelo, el maestro longanicero del team, la música la anima DJ Fuego y la experticia legal la pone el abogado Peñailillo.
Mezclando la animación, el falso documental y la sátira, Denominación de origen se ríe de nuestra forma de hacer política cultural y patrimonial en Chile. No se trata de buenas o malas intenciones de los longaniceros, se trata de los límites que el financiamiento y los concursos dejan para la creatividad y la necesidad que siempre deben adaptarse a los escasos presupuestos de las instituciones del Estado. En acaloradas asambleas que escenifican los rituales propios de las organizaciones sociales y políticas, la comunidad sancarlina –que actúa magistralmente de sí misma– recrea peleas, desacuerdos y frustraciones por el agotamiento previo a volver a intentar un nuevo concurso público.
Pero decir que Denominación de origen es solo una crítica social, la agota en su potencial expresivo. La película hace bien en confundir y en simular, a través de distintos recursos fílmicos, una desdicha que bien vale para nosotros mismos, un peregrinar que los propios realizadores habrán pasado para buscar fondos y auspicios. No es raro, por eso, que ya en los últimos créditos, juntos griten a cámara: ¡esto es una película!
Dirección: Tomás Alzamora
Guion: Javier Salinas y Tomás Alzamora
Equeco producciones
(Chile, 2024)
*Karen Glavic es filósofa y crítica cultural.