Por décadas, Gabriela Mistral ha sido encasillada en la figura de la maestra rural abnegada, la poetisa maternal, la mujer doliente que cantó al hijo no nacido y a la tierra chilena. Sin embargo, esa imagen domesticada no hace justicia a la complejidad de su pensamiento. En los Escritos Políticos (1) —una colección de cartas, discursos y ensayos reunidos tras su muerte— emerge una Mistral crítica, lúcida y profundamente comprometida con los oprimidos. Esta faceta, invisibilizada en el imaginario popular y en los programas escolares, revela a una intelectual de izquierda que pensaba América Latina desde una ética de la justicia social y la dignidad de los pueblos.
Una mirada social radical
Desde su experiencia como maestra, diplomática y mujer latinoamericana, Mistral desarrolla una sensibilidad social que atraviesa sus textos. No escribe desde una ideología partidista, pero su posición frente a la pobreza, la injusticia y la desigualdad es clara. En uno de sus escritos más emblemáticos afirma: “La pobreza no es una miseria material solamente: es una miseria moral impuesta por los ricos sobre los pobres, como quien echa encima la basura”.
Para Mistral, la pobreza no es una fatalidad, sino una construcción social alimentada por el egoísmo y el abandono estatal. Por eso exige acción y ética pública. En otro pasaje, plantea con claridad: “Lo primero que se le debe a un niño es pan; lo segundo, luz; lo tercero, afecto”. Esta trilogía —pan, luz y afecto— no es una mera expresión lírica: constituye un auténtico programa político. El hambre, la ignorancia y el desarraigo son, para ella, formas de violencia estructural. Frente a esto, propone una educación que libere, no que discipline: “Yo no quiero una escuela que enseñe a obedecer, sino una escuela que enseñe a pensar”. Estas ideas anticipan muchas de las discusiones actuales sobre derechos sociales, justicia redistributiva y educación transformadora. Su palabra, como su indignación, sigue teniendo filo.
Una latinoamericanista antes del término
La dimensión latinoamericanista de Mistral ha sido aún más silenciada. Fue una de las primeras intelectuales en pensar “Nuestra América” desde una perspectiva cultural y política. Admiradora de José Martí, a quien cita con frecuencia, concebía América Latina como un proyecto común, profundamente mestizo, indígena y campesino. Desde su puesto diplomático en México, denunció el racismo y el desprecio de las élites hacia los pueblos indígenas: “El indio es el núcleo más antiguo de esta América, y será también su raíz futura, si logramos salvarlo del exterminio espiritual”.
No se trata de una mirada folclórica, sino de una convicción política profunda. Creía en una América Latina que debía construirse a partir de sí misma, no desde modelos europeos ni bajo los dictados de Washington. Por eso también escribió: “América se cansa de ser la criada del mundo. No quiere lavar más los platos del festín ajeno”.
Su defensa de los pueblos originarios, de las lenguas autóctonas y de la unidad regional es notable. Abogó por un modelo de desarrollo autónomo, con soberanía cultural y económica, cuando aún no se hablaba de «colonialismo» ni de «dependencia».
La Mistral que incomoda… y sorprende
¿Por qué esta Mistral política ha sido marginada del relato oficial? Porque incomoda. Porque cuestiona el poder, denuncia las desigualdades y desafía la narrativa más tradicional que prefiere recordar a la “madre de América” antes que a la agitadora ética que fue. Celebrar solo a la Mistral lírica y maternal es una forma de amputar su pensamiento.
Los Escritos Políticos nos obligan a verla de nuevo, en toda su complejidad. Su palabra es, en última instancia, una interpelación: “No me basta con que el poeta cante. Quiero que su canto me despierte”.
Y Gabriela Mistral no solo nos despierta. Nos sacude, nos exige, nos compromete.
Leer estos textos —a menudo omitidos en las ediciones escolares o ignorados por la crítica tradicional— es una experiencia reveladora. Es encontrarse con una voz que piensa América Latina desde sus raíces, que abraza a los pobres y a los pueblos originarios con ternura y rabia, que denuncia el colonialismo con una claridad profética.
Descubrir a esta Mistral es, sin duda, una grata sorpresa. No se trata de una figura decorativa ni de bronce: es una mujer viva, incómoda, profundamente política. Es hora de leerla completa, de dejar que sus palabras —hasta ahora ocultas— nos acompañen en la tarea urgente de pensar una América Latina más justa, más libre, más suya.
Porque, como ella misma escribió: “No hay misión más bella que la de alumbrar, y más aún si se alumbra desde abajo”.
*Rossana Carrasco Meza es Profesora de Castellano (PUC), Politóloga (PUC), y Magíster en Gestión y Desarrollo Regional y Local (Universidad de Chile).