El libro de Michaël Foessel, Barrio rojo. El placer y la izquierda, se inscribe en la línea de los escritos de Foessel que buscan situarse en el presente. En efecto, desde La privación de lo íntimo. Las representaciones políticas de los sentimientos (Foessel 2010), el interés de Foessel no es tanto la historia de la filosofía sino el mundo contemporáneo. Sin embargo, lo que caracteriza el gesto de escritura y de pensamiento de Foessel es que en vez de pensar el mundo contemporáneo como un objeto que el autor se limita a describir desde afuera, incide en nuestras formas de pensar en mundo, detectando lo que permanece impensado y que podría abrir nuevos horizontes para la filosofía, para la acción política, para la vida el común.
Como bien indica el subtítulo de Barrio rojo, “El placer y la izquierda”, este libro responde a dos objetivos generales: hacer del placer un tema filosófico y repensar la izquierda distinguiendo las experiencias individualistas del placer de otras, colectivas, que abren posibilidades de vida.
Parte de las maravillas de este libro y, en general, del trabajo de Foessel, tiene que ver con su metodología: Barrio rojo es una reflexión de índole filosófica que pone en discusión principalmente (pero no solamente) autores contemporáneos como Foucault y Deleuze, pero lejos de limitarse a la teoría piensa con la experiencia para hacer nuevas experiencias de pensamiento y políticas.
Barrio rojo se inicia con análisis de obras de Emile Zola y Simone Weil, un autor y una autora que exceden los márgenes de la disciplina, que piensan y crean desde la experiencia –sus momentos de resistencia, pero también de apertura. Al iniciar Barrio Rojo con Zola, la escritura de Foessel parte describiendo un objeto (experiencias de placer), pero también situando a un/a lector/a. El realismo que inaugura la escritura literaria de Zola, y que lo sitúa cercano a la sociología, da a ver la realidad desde focos a los que no necesariamente accedemos, pues la escritura de Zola se traslada fuera del mundo elitista y burgués de ciertas élites intelectuales. Barrio Rojo sitúa a su lector/a fuera de los límites del mundo burgués y se abre por lo tanto no solo a otros objetos de experiencias sino a nuevas formas de percibirlos y pensarlos. A su vez, el pensamiento de Simone Weil, convocado también en las páginas de introducción de Barrio Rojo, no habla de la clase obrera como si esa fuera objetivable. Weil escribe y piensa a partir de su experiencia del trabajo obrero, de su desolación y carácter aniquilador, así como de la inesperada alegría que provocaron las primeras huelgas de mujeres obreras en el 36. Metodológicamente, Foessel nos sitúa en un lugar en el cual el pensamiento es inseparable de la experiencia, no solo en cuanto pensar resulta ser una experiencia, sino también en cuanto el pensamiento requiere desplazamientos.
Al situar la reflexión no en el mundo burgués o individualista sino en las experiencias placenteras del mundo obrero (la experiencia de la alegría durante las huelgas del 36, o la forma de vivir el erotismo después o durante la jornada laboral), Foessel consigue, por un lado, pensar la izquierda más allá de cierta rigidez moral o bienpensante y, por otro, hacer de la izquierda una experiencia sensible, algo que va más allá de las posiciones de principio y de la teoría. Mientras Foessel se aleja de las experiencias individuales y consumistas del placer, las cuales describe muy bien en el capítulo de Barrio rojo, “Retrato del reaccionario como vividor”, muestra que el placer es lo que permite crear vínculos, encontrar la alteridad, descubrir a otros y otras, y crear nuevas formas de vida.
El placer es entonces una experiencia política en al menos dos sentidos: permite encontrar a otros y otras, esto es, tiene una dimensión de apertura, y permite también crear formas de vida con otros y otras. El placer es una forma de conocer y de abrir formas de vidas. Además, que la vida sea placentera significa que esta no se reduce a su significación biológica. Los momentos de placer vividos al cabo (o dentro) de jornadas laborales extenuantes permiten de hecho vivir el trabajo no como algo mecánico que destruye al trabajador, sino como algo político y creativo donde la subversión no es necesariamente la contestación (la cual es tributaria de lo que rechaza). En definitiva, el placer es literalmente un hilo conductor que permite ir de la experiencia al pensamiento y del pensamiento a la izquierda pensada no como conjunto de principios sino como experiencia sensible: es porque hay placer que hay otros y otras, que hay horizontes, que hay pensamiento, vida espiritual. El placer arraiga el pensamiento en la experiencia sensible. Si pensar es abrirse, el placer, cuando puede ser compartido, es también una condición de la vida psíquica y reflexiva.
A lo largo del libro, se desarrolla, entonces, una crítica tanto a la dimensión consumista, individualista del placer, como al carácter moral de la vida ascética. En vez de dedicarse a la facilidad de una crítica al movimiento woke, muchas veces asociado a una forma de ser bienpensante, el libro critica a los reaccionarios anti-woke que se complacen en una dimensión individualista, consumista del placer, pero, en vez de permanecer en el terreno de lo políticamente correcto o de la moral ascética, el libro empuja hacia experiencias propiamente políticas del placer y de una dimensión heurística de la sensibilidad, una donde lo sensible crea vida psíquica y mundos políticos.
*Aïcha Liviana Messina, académica y filósofa, es autora de La anarquía de la paz. Levinas y la filosofía política (2021) y Ninguna letra está sola (2025).