La reciente franja del candidato Gonzalo Winter ha generado bastante revuelo al criticar directamente a los dueños del capital chileno, quienes han lucrado profundamente con derechos fundamentales como la educación y las pensiones. Sin embargo, pareciera ser que gran parte del revuelo proviene del sector de la ex Concertación. ¿Sorprende? No.
Parece que este sector malinterpretó el mensaje, reaccionando como si la crítica fuera dirigida especialmente hacia ellos. Sin embargo, el mensaje iba claramente enfocado al gran empresariado chileno. Aun así, frente a la sensibilidad mostrada por la ex Concertación, me parece importante señalar algunos puntos.
Como persona endeudada por el CAE –política pública equivalente a una deuda e instaurada durante los gobiernos de la Concertación– considero que su implementación implicó la profundización de la mercantilización de la educación, pues los intereses de ese crédito benefician directamente a la banca. Por eso, la franja apuntaba al gran empresariado: porque la lógica detrás del CAE no entiende la educación como un derecho, pues nadie se endeuda por veinte años por algo que debería estar garantizado.
Cuestionar el origen y contexto político en el cual surge el CAE no significa negar que este permitió que muchas personas, como yo, accedieran a la educación superior. Pero defender esta política y a quienes la promovieron sin mayores cuestionamientos no solo es simplista, sino también conformista. El desafío va más allá de reformas neoliberales: se trata de transformar radicalmente las estructuras capitalistas que condicionan la vida de millones, lo cual debe pasar necesariamente por concretar propuestas no solo no neoliberales, sino que directamente socialistas y radicales en su fondo: no cambiar las vías estratégicas no dará nuevos resultados. Por eso también se vuelve indispensable cuestionar a quienes promovieron políticas que consolidaron ese modelo, más allá de sus intenciones.
¿Son legítimas las defensas al CAE y a sus promotores? Por supuesto, especialmente si vienen de ese mismo sector. La democracia se basa en la existencia de múltiples visiones y proyectos políticos. Pero descalificar al Frente Amplio por criticar a la Concertación y las reformas que implementaron –incluso acusándonos de inmaduros por luego gobernar con ellos– carece de sentido político, pues, insisto, criticar y ofrecer políticas nuevas no significa necesariamente no reconocer, en este caso, que el CAE permitió la ampliación de las matrículas. Así como desde la izquierda tradicional se ha criticado al FA –y a veces indiscriminada y violentamente por parte de autoridades– también han optado por aliarse con nosotros. La diferencia entre una crítica válida y el reproche oportunista es clara. Este último no es para nada estratégico y mucho menos necesario, sobre todo cuando la ultraderecha ya está en el poder y en el sentido común de una gran parte de nuestro Chile.
Criticar a la Concertación desde el FA no solo es coherente con nuestro origen político, sino que responde a la necesidad de proponer una alternativa. Nuestra identidad no nace única y exclusivamente como contracara de la centroizquierda tradicional, sino como una apuesta propia con nuevas ideas y pretende transformar radicalmente la realidad, por el bien común y a largo plazo, de nuestro país. Por ello, caer en dicotomías, como la ya señalada, dentro del mismo sector político, no contribuye, ni estratégica ni políticamente, a enfrentar los desafíos actuales.
*Florencia Ulloa es encargada de formación del Frente Estudiantil del Frente Amplio