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Portal Socialista > Contenido > Política > Pensar la actualidad > Roberto Pizarro y Luis Herrera / El peligroso mundo en que vivimos
DestacadosPensar la actualidadPolítica

Roberto Pizarro y Luis Herrera / El peligroso mundo en que vivimos

1 agosto 2025
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27 Min de Lectura
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Finalmente, la globalización y el multilateralismo, que se habían instalado con fuerza desde los años noventa, sufrieron un duro golpe con el término de la hasta entonces sólida amistad transatlántica, como resultado del accionar imperial del presidente Donald Trump y la emergencia del proteccionismo.

El nacimiento de una nueva geopolítica y la reconfiguración de las relaciones comerciales internacionales colocan hoy a los BRICS en el centro de la política internacional, como contraparte del G7, el foro vinculado a la hegemonía capitalista-liberal.

Esta nueva realidad desafía a la política exterior chilena e incluso plantea dudas objetivas sobre la permanencia del modelo económico tradicional basado en un Estado mínimo, con un mercado escasamente regulado que, en el plano productivo, alentó la explotación indiscriminada y la exportación de los recursos naturales.

En la actualidad, la nueva geopolítica y el proteccionismo mundial imperante dificultan significativamente la anterior política de apertura radical al mundo que fue el complemento de la liberalización interna de la economía. Habrá que pensar entonces en una nueva política exterior y, en el plano interno, en un modelo productivo cuyo foco no esté centrado solamente en los recursos naturales para la exportación.

Guerras y conflictos crecientes

En la presente década vivimos un mundo brutal y peligroso, marcado por conflictos bélicos, gobiernos autoritarios, fuertes movimientos migratorios y crimen organizado. A ello se agrega el término del liberalismo comercial y la emergencia del proteccionismo, utilizado no solo como como arma económica sino también política por el presidente Trump.

Los ataques militares de Israel a Gaza se han transformado en un genocidio que estremece el corazón de la humanidad, con decenas de miles de muertos. Ello, en abierta complicidad con Estados Unidos, ante la vergonzosa indolencia de los países desarrollados y la absoluta impotencia de Naciones Unidas — organización, además, con decenas de sus trabajadores humanitarios habiendo perdido la vida en Gaza. La sensación de impunidad y de menosprecio a la legislación internacional se ha agravado, especialmente, con el rotundo rechazo al multilateralismo de parte de Donald Trump.

Por otra parte, la guerra en Ucrania no se detiene y recientemente el presidente Vladimir Putin aprobó en 2025 un presupuesto que asigna un 32,5% de los recursos nacionales a la defensa, el que, comparado con el 28,3% para 2024, refleja el enfoque de Moscú en mantener su posición en la invasión contra Ucrania. Se trata del conflicto más grande en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, con el inminente peligro de que se extienda a toda la región y eventualmente culmine en una conflagración nuclear.

A ello se agrega una sucesión de golpes de estado en los países africanos en los últimos años que dan cuenta del aumento de la violencia y de la falta de respeto a las normas internacionales. Solo entre los años 2020 y 2022 se registraron siete golpes de estado, que derrocaron gobiernos en Malí, Chad, Guinea, Sudán, Burkina Faso, Níger y Gabón, a los que habría que añadir otros intentos fallidos en Sudán, Guinea Bissau, Santo Tomé y Príncipe y Gambia.

La democracia en peligro

La democracia experimenta un franco deterioro en todo el mundo. Una extrema derecha, con rasgos populistas y fascistas, crece aceleradamente en Europa, en los Estados Unidos y también en América Latina. Los trabajadores y sectores medios se sienten traicionados por las elites tradicionales -liberales, socialdemócratas y progresistas- las que han renunciado al Estado de bienestar, doblegándose ante el neoliberalismo.

Así las cosas, sectores populares y medios han comenzado a aceptar el discurso de la extrema derecha que responsabiliza a los extranjeros migrantes, a los organismos internacionales, a los movimientos medioambientalistas e incluso al emergente poder feminista y a la diversidad sexual por las crisis que se viven en diversos países del mundo.

Las ideas de la extrema derecha están calando hondo y pareciera que una nueva hegemonía cultural crece desde las entrañas de las desigualdades generadas por el capitalismo neoliberal y la globalización.

En consecuencia, la derecha tradicional arrastró en su fracaso a la socialdemocracia en Europa, a los demócratas en los Estados Unidos y también a los progresismos en América Latina que tuvieron su mayor expresión en la década del 2000 (Socialismo del Siglo 21, especialmente).

Por su parte, la izquierda latinoamericana, tradicionalmente cuestionadora del neoliberalismo, se encuentra muy debilitada, con escasa fuerza para articularse al movimiento social y ofrecer un proyecto viable de transformación del régimen neoliberal, que represente fielmente los intereses populares.

En América Latina se despliegan las ideas conservadoras como nunca en el pasado, combinadas con un novedoso discurso y desembozado accionar autoritario. Ello ha sido evidente con la emergencia de Bolsonaro en Brasil, Milei en Argentina y Bukele en El Salvador.

Bolsonaro, en Brasil, ha sido explícito en cuestionar los derechos del mundo indígena, enfrentando a las organizaciones que los defienden; irrespeta la diversidad sexual, defiende el conservadurismo cultural y reivindica el golpe militar de 1964. Ha declarado una lucha frontal a las ideas de izquierda y se ha proclamado defensor del neoliberalismo en lo económico. En suma, Bolsonaro se encuentra en sintonía con la extrema derecha europea y con las ideas agresivas de Trump. Intentó incluso un golpe de estado contra Lula para perpetuarse en el poder, sin embargo, su fracaso permitió la elección de Lula.

Milei, por su parte, en Argentina, habla explícitamente de que su proyecto es una “guerra cultural” contra la izquierda con un manifiesto extremismo neoliberal en asuntos económicos. Ha declarado al (inexistente) comunismo como su enemigo principal y defiende, con agresividad, las virtudes del libre mercado. Al mismo tiempo, rechaza el aborto, la diversidad sexual y el ecologismo. Y, en el plano internacional, ha declarado una hermandad incondicional con los Estados Unidos e Israel, mientras en la región se ha enfrentado, y con insultos, a Lula en Brasil, Petro en Colombia y AMLO en México.

Por su parte, ante las dificultades que se presentan en los países de la región, con el crimen organizado y el narcotráfico, el autoritarismo del presidente Bukele de El Salvador y sus cárceles se han convertido en un referente que algunos gobiernos en la región consideran seriamente reproducir.

Por otra parte, las persistentes crisis económico-sociales y los regímenes dictatoriales en Nicaragua, Venezuela, y Cuba promueven emigraciones masivas, afectando a gran parte de los países de la región. Finalmente, hay que estar muy atentos a la incertidumbre que se vive en Bolivia y Perú, y a las sucesivas crisis que viene experimentado el presidente Petro en Colombia.

Finalmente, el crimen y el narcotráfico se han convertido en una de las principales amenazas para la estabilidad política y la seguridad ciudadana, con impacto en el desarrollo económico y social de los países de la región.

En suma, nos encontramos ante sociedades cada vez más cansadas y abrumadas por la multiplicidad de conflictos presentes, junto a la incapacidad de respuesta de las instituciones y partidos políticos, con manifiesto debilitamiento de la democracia.

Globalización en retirada y el proteccionismo de Trump

Con el primer gobierno de Donald Trump comienza a invertirse el orden mundial, abierto y liberal, que había caracterizado al mundo en las últimas cuatro décadas. En su segundo mandato, Trump eleva bruscamente los aranceles contra todos los países del planeta, incluyendo a sus principales socios comerciales tradicionales (como México, Canadá, Europa y Japón) y a su declarado adversario, China, con el argumento de que la exportación de las empresas manufactureras a países de bajos salarios habrían perjudicado seriamente la competitividad de la economía norteamericana.

Entre ambos mandatos de Trump, el presidente Biden confirmó la orientación hacia el proteccionismo. Lo dijo con todas sus letras en su primer informe al Congreso: “Compraremos productos estadounidenses para asegurarnos que todo, desde la cubierta de un portaaviones hasta el acero en las barandillas de las autopistas se fabriquen en los Estados Unidos”.

La radical renuncia a la globalización apunta a desalentar la mudanza de empresas a terceros países, asegurar el autoabastecimiento para un listado de actividades que cubren casi todo el espectro productivo y favorecer la recuperación de la industria estadounidense.

El proteccionismo es hoy, entonces, una política de Estado. Pero se ha acelerado en la segunda presidencia de Trump, adquiriendo una clara dimensión geopolítica, con exigencias políticas, que trascienden lo meramente comercial sobre los otros países.

Las tarifas arancelarias y declaraciones rimbombantes se inscriben en la soberbia visión de Trump, “Estados Unidos Primero”, que consiste en utilizar el poder comercial y eventualmente militar (como lo hizo con el bombardeo a Irán) para lograr sus intereses nacionales, coaccionando a potencias aliadas más pequeñas y, al mismo tiempo, mostrando fuerza ante sus competidores, principalmente China.

Uno podría decir que las arrogantes declaraciones de Trump son las típicas bravuconerías del macho misógino, propias de su personalidad. Sin embargo, la elección del senador Marcos Rubio como secretario de Estado agrega una preocupación adicional.

Antes de ser canciller, Rubio dijo en una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores en 2022 que China estaba ejerciendo influencia económica de una manera que perjudicaba a las economías de nuestra región y que apoyaba a los carteles que exportan fentanilo y violencia a través de las fronteras estadounidenses. “Simplemente no podemos permitirnos dejar que el Partido Comunista Chino expanda su influencia y absorba a América Latina y el Caribe en su bloque político-económico privado”. Y ahora es el canciller de EE.UU.

Ese discurso de Rubio se encuentra además en línea con declaraciones de la exjefa del Comando Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, militar en actividad quien, en entrevista con el Atlantic Council, destacó que los ricos recursos de Latinoamérica, en particular el litio, le correspondían a los Estados Unidos. Dijo que América Latina “está llena de recursos y me preocupa la actividad maligna de nuestros adversarios que se aprovechan de ella”.

Se anuncia así en la política exterior estadounidense una peligrosa pretensión de reeditar la doctrina Monroe y, en el plano económico, utilizar su “patio trasero” como terreno exclusivo para monopolizar el litio, el cobre y las tierras raras, y alimentar así las nuevas tecnologías que se encuentran en competencia con las industrias chinas.

Estados Unidos versus China

Con el término de la Revolución Cultural y el ascenso al poder de Deng Xiaoping, la República Popular China experimentó un cambio radical en su economía. ‘Economía de mercado socialista con características chinas’ es la particular formulación que combina planificación estatal con economía de mercado y que ha convertido a ese país en una potencia económica.

El Estado chino mantiene el control de la economía mediante una combinación de propiedad pública, planificación indicativa y un gran sector capitalista que genera precios de mercado.

Así las cosas, la economía china ha experimentado un inédito crecimiento ya que en 1960 su PIB representaba un 4% del total mundial para pasar al 16% en 2020. Estas cifras son mucho mayores si se considera la paridad del poder adquisitivo, donde China -incluyendo a Hong Kong y Macao- superó a los Estados Unidos ya en 2014.

A diferencias de los países de América Latina y el Caribe (ALC), el ambicioso programa de reformas de China utilizó para su desarrollo la integración al capitalismo global, pero sin perder el control de la economía nacional. Y, en este camino, se ha convertido en el primer exportador de mercancías desde 2009 y, también, el primer importador desde 2017. Es lo que ha coinvertido a China en “la fábrica mundial”.

La masificación de las inversiones extranjeras en China, especialmente estadounidenses, han hecho crecer notablemente el sector manufacturero, el que representa el 36% del PIB de este país, en contraste con EE. UU. cuyo sector manufacturero alcanza solo el 10%.

Pero, la incorporación de las empresas extranjeras a China, a diferencia de ALC, y especialmente de Chile, no fue indiscriminada, sino regulada. El gobierno chino condicionó la instalación de las inversiones extranjeras a la transferencia de las tecnologías que venían con esas inversiones (es lo que se denomina “requisitos de desempeño”). A ello se agregó una política deliberada del gobierno chino en favor de la instalación de centros tecnológicos y formación de ingenieros de primer nivel, lo que hoy es reconocido mundialmente.

Así las cosas, China supera a los Estados Unidos en densidad de robots industriales, con 470 robots instalados por cada 10.000 empleados en 2023 en comparación con los 295 en los Estados Unidos. También lo supera en producción de patentes, mientras la producción de semiconductores de China es un 25% de la producción mundial en comparación con el 16 % en los Estados Unidos y el 7 % en Europa.

Las quejas estadounidenses contra China por lo que llaman “transferencia forzada” de tecnología no resultan pertinentes porque ni las empresas estadounidenses, ni tampoco las europeas, están obligadas a invertir en China. Ellas optan por hacerlo a sabiendas que se requerirá que compartan su tecnología porque aun así esperan obtener jugosas ganancias. Por lo demás, el valor de la tecnología es parte de la contribución del inversionista extranjero a una sociedad de riesgo compartido. A cambio de dicha contribución, el socio chino y el gobierno local proporcionan terrenos y mano de obra barata, infraestructura, exenciones impositivas, etc.

Así las cosas, las capacidades tecnológicas chinas han prosperado de manera explosiva durante las últimas dos décadas, con un nivel de gasto en investigación y desarrollo hoy día del 2,7% del PIB; y, paralelamente, produce más graduados en ciencias e ingeniería que EE. UU. y Europa juntos.

Los enfrentamientos del gobierno norteamericano con China son, en realidad, una disputa geopolítica porque la tecnología 5G (y su materia prima que es el litio) será el instrumento más potente para el desarrollo económico, militar y aeroespacial en el siglo XXI.

Si a ello se agrega la “Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda”, con el despliegue de una infraestructura desde Beijing al resto del mundo, China está posicionando firmemente su presencia en el mundo, convirtiéndose en el más serio competidor económico y geopolítico de EE. UU. Y los norteamericanos están asustados.

Con el “retorno a casa” de Trump, Estados Unidos busca recuperar su hegemonía y retardar el cierre de la brecha tecnológica con China. Lo que está en juego no es solo una mera guerra comercial ni un debate por la magnitud del déficit comercial: es en realidad una lucha por definir las reglas del juego de la nueva economía global del siglo XXI, y EE. UU. pretende mantener su liderazgo en semiconductores, robótica, computación en la nube, vehículos eléctricos y biotecnología. Allí radica el verdadero escenario del conflicto hegemónico, el cual será de larga data y tiene fuertes implicaciones estratégicas, geopolíticas y de seguridad.

En consecuencia, la guerra comercial de Washington no solo apunta a conseguir equilibrios comerciales, sino principalmente a contener el expansionismo económico de China, especialmente en el ámbito de las tecnologías de última generación. Pero, en esa disputa se ha desatado una guerra comercial que impacta no solo sobre ambas economías, sino que comienza a golpear al conjunto de la economía mundial. Y, por cierto, afecta a Chile.

El proteccionismo del gobierno norteamericano entrega lecciones a los países de América latina. En primer lugar, será necesario asegurar nuestra autonomía respecto de los dos poderes mundiales, pero también rechazar categóricamente la pretensión norteamericana de obligar a la región a reducir (o suspender) sus relaciones con China.

Segundo, es imprescindible desplegar nuevos esfuerzos en defensa del multilateralismo y muy especialmente insistir en la integración de los países de América latina para enfrentar el avance del proteccionismo, asunto que, hasta ahora, lamentablemente, ha resultado muy difícil.

Finalmente, hay que aprender de la política china en materia de ciencia, tecnología e innovación, para diversificar la matriz productiva de nuestros países y terminar con la vulnerable dependencia de recursos naturales.

Sur y Norte

Ante la nueva realidad geopolítica y comercial, el Sur Global avanza como un actor clave en la contestación a Occidente. Renace desde las cenizas del Tercer Mundo, cuando la guerra fría era la realidad geopolítica dominante.

El Sur Global comienza a adquirir notoriedad en octubre de 2024, cuando los BRICS se reunieron en Rusia para formalizar su ampliación. Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica sumaron a su club a Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Irán e Indonesia. Juntos suponen el 50% de la población mundial, un 40 % del PIB global, e incluyen a dos de los tres mayores productores de petróleo del mundo. El Sur Global seguirá ganando influencia con la incorporación de nuevos países a los BRICS y en respuesta al proteccionismo y al término del multilateralismo, liderado por Donald Trump.

Por otra parte, el Norte Global muestra fracturas preocupantes como consecuencia de la emergencia de Trump a la presidencia de EE. UU. El desencuentro entre Washington y Bruselas es creciente ante el accionar arancelario de Trump contra Europa y también con su exigencia del aumento de los gastos militares a la Unión Europea.

El hecho de que Estados Unidos y la UE sigan planteando su relación con América Latina solo como espacio de explotación de recursos y de disputa geopolítica con China, constituye un factor adicional para nuestros países, tanto para avanzar en la integración de la región como para abrir nuevos caminos en las relaciones con China, la India y con el bloque de los BRICS.

Retroceso del multilateralismo

Durante su primer gobierno, el presidente Donald Trump afirmó, en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas: “Nunca someteremos la soberanía de Estados Unidos a una burocracia global no elegida y no obligada a responder por sus actos. Estados Unidos es gobernado por los estadounidenses. Rechazamos la ideología de la globalización y abrazamos la doctrina del patriotismo”.

Ya entonces, renunció al multilateralismo y abandonó el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), rechazó el acuerdo de París contra el cambio climático, abandonó la Unesco, dio término al acuerdo nuclear con Irán, cuestionó los entendimientos migratorios y renegoció, a su antojo, el NAFTA, con México y Canadá.

La seguridad jurídica, la estabilidad de las reglas del juego, el comercio libre, términos usados hasta el cansancio por economistas y agentes gubernamentales de los EE. UU. para defender los TLC, fueron ignorados sistemáticamente por el presidente Trump.

Ante las iniciativas de Trump, el actual secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, ha declarado que el mundo está «lamentablemente fuera de rumbo» con el incumplimiento de sus compromisos multilaterales. No avanza la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y, consecuentemente, se acelera la crisis ecológica, existe un récord de migraciones y desplazamientos forzosos, no se respetan los derechos humanos y se presenta una clara involución de la agenda para la igualdad de género.

Una nueva política exterior ante un mundo convulso

Teniendo en cuenta el actual escenario internacional y también la necesidad de modificar el agotado modelo económico, ha llegado el momento para una reformulación de la política exterior de Chile. Se debiera apuntar a la diversificación de las relaciones diplomáticas y, al mismo tiempo, la política comercial debiera apoyar el avance hacia una industria nacional moderna que supere el extractivismo.

La nueva realidad geopolítica mundial, el proteccionismo, los masivos procesos migratorios, los atentados a los derechos humanos, el armamentismo, la debilidad de los organismos internacionales y el irrespeto al multilateralismo, han puesto al mundo en una situación de extrema fragilidad, con la amenaza incluso de una posible Tercera Guerra Mundial.

Sabemos que la política exterior está necesariamente ligada a la política interna. Más aún, su formulación debe hacerse a partir del proyecto nacional que se quiere construir en un período histórico determinado. La política exterior no tiene fines autónomos, sino que debe servir para preservar y promover un proyecto de país.

Durante cuarenta años el modelo económico neoliberal y su base productiva extractivista fueron el fundamento material del proyecto de Chile y la política exterior de apertura indiscriminada al mundo su complemento indispensable. Ello coincidió con la globalización de los flujos comerciales, inversionistas y financieros en el mundo.

Pero ahora, con el proteccionismo instalado, la ausencia de reglas multilaterales y eventuales agresiones comerciales de carácter político, la economía chilena tendrá que diversificarse productivamente y también diversificar sus relaciones comerciales.

Chile deberá entonces priorizar en lo diplomático un acercamiento y cooperación política con aquella parte del mundo con la cual comparte intereses y problemas, es decir América Latina y el Sur Global.

Sin embargo, ello no significa distanciarse de las regiones que constituyen nuestros grandes mercados, como EE. UU., Europa, Oceanía y el Asia, países y regiones que además tienen peso en las decisiones políticas, militares y estratégicas en la estructura de poder mundial. Deberemos perseverar en las relaciones con ellos, pero garantizando nuestra independencia económica e ideológica y la autonomía nacional mediante una relación equilibrada con esos bloques.

El próximo programa de gobierno tendrá que redefinir su inserción en los mercados mundiales, pero también asumir una presencia política más sólida y autónoma ante la Comunidad Internacional. Es lo que le permitirá fortalecer el proyecto de país al que se aspira. No solo firmar acuerdos de libre comercio, sino utilizarlos como herramienta para la transformación estructural.

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