Desde hace años, junio, el Mes del Orgullo, se ha transformado en un carnaval lleno de lentejuelas y discursos vacíos. Se repite que “es el momento donde ellxs pueden ser ellxs mismxs”, como si bastara un mes de visibilidad para paliar siglos de violencia. Pero este junio no basta con celebrar: este junio necesitamos memoria. Y también lucha. Lucha real.
Después de leer, escuchar y tratar de comprender lo ocurrido, sentimos que es imposible quedarse en silencio. Hoy, la comunidad LGBTQIA+ está de luto y con ella todes quienes creemos en una vida donde nadie deba morir por ser quien es. Cuesta procesarlo. Cuesta asumir que, en este país, en esta sociedad, seguimos siendo vulnerables, seguimos siendo blanco de violencias que muchos prefieren ignorar.
Tenemos miedo. Un miedo profundo que se instala en el cuerpo cada vez que cae la noche. Miedo de salir, de que una reunión con amistades, una simple salida, se convierta en la última vez que escribimos a nuestras madres o amigues. Miedo de que ese “chao, mami, cuídate, llegamos mañana” se transforme en una promesa que nunca podamos cumplir. Qué desgarrador resulta pensar que para algunes, el simple hecho de existir, de amar, de vivir desde la disidencia, pueda terminar en una muerte violenta y sin explicación.
Y no es solo miedo. Es rabia, impotencia y una tristeza difícil de explicar. Porque mientras esto ocurre, las redes sociales se llenan de corazones rotos, banderas de colores, como si eso bastara. Como si una foto de perfil pudiera devolvernos a Francisco Albornoz, a Nicole Saavedra, a Daniel Zamudio, a tantas personas que hemos perdido en manos de la intolerancia.
¿Cuántos proyectos de ley siguen entrampados en el Congreso? ¿Cuántas reformas urgentes han sido postergadas? ¿Y cuántas veces la derecha política —y buena parte de esta sociedad— nos ha negado incluso el reconocimiento como sujetxs de derechos? ¿Cuántxs más deben sufrir agresiones, violencia o incluso la muerte para que reaccionemos colectivamente? ¿Cuántxs más deben ser mártires para que se tomen decisiones concretas?
Hoy, el Congreso y sus participantes intentan hacerse presentes, aquella misma institucionalidad que se invoca en cada conmemoración oficial, pero que ha demostrado, una y otra vez, su incapacidad para protegernos. Frente a la nula tramitación de proyectos urgentes, frente al abandono legislativo que nos expone, ya no bastan los gestos simbólicos ni las condenas en redes sociales a través de sus asesores políticos. Las palabras sin acciones se vuelven cómplices y la inacción sigue costando vidas.
Lo urgente es resistir, organizarnos, exigir justicia y no ceder espacio a los discursos de odio que siguen normalizados. Porque la violencia no empieza ni termina en un acto brutal: se alimenta de las bromas, de los comentarios, de las miradas cómplices, del silencio cómodo de quienes prefieren no incomodarse.
Qué pena más grande pensar que nuestro último mensaje a nuestros seres queridos podría ser un simple “llegamos mañana”. Qué injusto que tengamos que vivir con ese temor, con esa posibilidad real. Porque la violencia que se llevó a Francisco es la misma que cada día ronda nuestras existencias, y que podría arrebatar cualquiera de nuestras vidas.
Esperamos, de corazón, que este hecho logre sacudir conciencias. Que no se quede en una noticia olvidada en una semana. Que no se archive su caso sin responsables. Que su familia encuentre —aunque tarde y en medio de un proceso lento, denso y muchas veces injusto para nosotres— un mínimo de justicia.
Ojalá que esta vez sí sirva para algo. Que deje de ser una estadística más. Que podamos, algún día, salir sin miedo y volver a casa con la certeza de que el último mensaje no será realmente el último.
Lamentamos profundamente lo que vivió Francisco. No lo conocimos, pero sabemos que nadie merece pasar por lo que él pasó. También, sabemos que pudo haber sido cualquiera de nosotres.
Hoy no estamos todes. Hoy falta Francisco.
*Benjamin Rojas. Secretaría CEDE, UAH, 2025.
*Luis Felipe Cortés. Expresidente CED, UAI, 2024.