El Frente Amplio (FA) nació al calor de la lucha social por una educación pública, gratuita, no sexista y de calidad. Durante el ciclo de protestas estudiantiles 2006 – 2018, se construyó el camino y la trayectoria política de muches de nuestres compañeres. En su origen, el FA aparece como una alternativa a la forma de organización de los partidos históricos de la izquierda chilena porque usamos formas nuevas de hacer política, incorporando la paridad orgánica, creando frentes de acción, como el estudiantil y el feminista, y nos dimos la tarea de actualizar las viejas tesis de izquierda a los desafíos del siglo XXI.
El origen del FA en los movimientos sociales, particularmente en el estudiantil y el feminista, podría ayudar a sostener la tesis que señala al FA como una organización que vinculó fuertemente los intereses sociales movilizados con su política partidaria de disputa institucional.
La relación entre los movimientos sociales de la década pasada y la emergencia del FA como alternativa política es indudable. Para bien o para mal, también es indudable que la desconexión de la ciudadanía con la política no distingue entre viejos y nuevos partidos, entre las formas clásicas de acción política, y las formas novedosas y alternativas. Y cuesta parecer un partido nuevo cuando se está tan inserto en el poder institucional, con un compañero en la Presidencia de la República.
En el núcleo del frenteamplismo –los establecimientos educacionales, secundarios, técnicos y universitarios– la crisis de representación cala hondo también. Muchas universidades tienen problemas de participación política y electoral. Conocida es la debacle de la FECh y la caída en los cuórums de participación en cada una de las elecciones de Federaciones estudiantiles. La opinología da por muerto al Frente Amplio en cada elección y no faltan voces que se preguntan: ¿existe hoy, en 2024, un Frente Amplio Estudiantil?
En este momento existe una brecha cada vez más grande entre nuestra fuerza frenteamplista y les estudiantes en general. Sucede que además de la desafección política estudiantil, tenemos una embrionaria apuesta por la izquierda, independiente y autónoma del Frente Amplio, que crece y acumula fuerza con la crítica al Gobierno. Y si bien esto ayuda a fortalecer la democracia universitaria, ya que robustece la oferta política de organizaciones, también es cierto que con ello estamos perdiendo nuestra capacidad de interlocutar, representar y, finalmente, integrar orgánicamente esos intereses estudiantiles.
La distancia que se fue generando entre el movimiento estudiantil y el FA es consecuencia de la partidización de nuestra organización. Ahora, lograda la unidad política y orgánica, nos toca volver a las comunidades educativas a recomponer, recuperar y refundar las confianzas para, de esta manera, recomponer, recuperar y refundar las organizaciones, y articular las demandas que darán nueva vigencia al movimiento estudiantil.
Entonces, sí, hay un Frente Amplio Estudiantil. Y, además, existen las condiciones para reactivar al sujeto político estudiantil, apelando a la autonomía de su forma de organización. Acompañarlo es una oportunidad si queremos revitalizar el movimiento estudiantil.
Tenemos muchas cosas en común con estas fuerzas que apuestan por un espacio político ubicado a la izquierda nuestra. El desafío, entonces, es construir una alianza que, contemplando prioritariamente la construcción con estas formas alternativas de acción política, nos permita construir una alianza política y social amplia, fuerte y convocante, capaz de transformar las condiciones de estudio de miles de estudiantes en Chile.
*Claudio Calabrán es presidente del Frente Estudiantil del Frente Amplio