Cuando los intereses generales –bien común, justicia social, solidaridad, entre otros- desertan de la plaza pública siempre estaremos más cerca de perdernos que de salvarnos.
Las modernizaciones neoliberales, que llevan con nosotros unos 40 años, no solo han modificado la estructura socioeconómica del país –siguiendo por cierto la corriente globalista– sino también las formas de vida de todos nosotros. Esto es, han modificado el ethos (modo de ser, habitar, valorar, del sujeto y los grupos). ¿Qué está detrás? El creciente y ostensible predominio de los intereses particulares y las dificultades que nacen de ahí para hacer posible la coexistencia sin llegar a la agresión mutua y levantar algo similar a lo que fue, como señalan algunos, “el poder unificador de la religión”.
Hobbes abordó estas cuestiones redefiniendo las metas que cada uno tendría que considerar en su propia existencia como lo deseable. Su redefinición alcanza la naturaleza humana misma y sus inclinaciones: el humano será visto como un animal deseante. Nos dice el filósofo que “las conductas humanas reflejarían (… ) un deseo perpetuo e insaciable de poder tras poder, que solo cesa con la muerte (…)”. Así, el logro de los intereses particulares podría llevar, en una realidad sin mediaciones, al sacrificio mutuo por cumplir con la meta o el deseo porque “la competición por riquezas, honor, mando u otro poder inclinan a la lucha, la enemistad y la guerra”.
Ciertamente, uno puede preguntarse: ¿por qué esto tienen que ser así? La respuesta hobbesiana: porque “el camino de cada competidor para lograr su deseo es matar, someter, suplantar o repeler al otro”.
Quedan instaladas así tres causales de conflicto y enfrentamiento de intereses particulares siempre latentes y, ahora, inscritas no en el devenir que produce el orden sociohistórico moderno occidental sino en la naturaleza humana: primero, la competitividad; segundo, la inseguridad; tercero, la búsqueda del éxito, de la fama, del brillo externo.
¿Le resuenan, le dicen algo hoy, algunas de estas causales? ¡Mire que esto fue escrito hace unos 300 años!
Volviendo a estos tiempos neoliberales, veamos lo que dijo Margaret Thatcher cuando unos periodistas le preguntaron si no temía la reacción de la sociedad respecto a las medidas que su gobierno estaba tomando y que afectaban a los trabajadores de la minería. Ella contestó, en línea con el individuocentrismo, algo así como que no temía porque la sociedad no existe, solo existen los individuos.
He aquí que vuelve a emerger la importancia del rol de la dimensión ética en la vida social. Sin embargo, como bien lo expresa M. Hunyadi, “La ética actual, omnipresente en su deseo de preservar la integridad individual, es incapaz de considerar el curso del mundo en su conjunto y, dentro de este, aquello que más directamente nos afecta: los modos de vida que moldean nuestra existencia cotidiana”. Al mismo tiempo que muchos hablan de crisis moral, la ética (o los valores últimos y más sublimes) pareciera haberse retirado del mundo. O reducida solo a ocuparse de dar fundamento a algunas limitaciones al modelo de sociedad a nivel mundial, pero no de realizar un examen crítico más global del sistema imperante (neoliberalismo y capitalismo tecnologizado o “capitalismo de la vigilancia” como le llaman algunos) y del modo de vida que este genera en la economía, la política y la cultura.
Quienes han llegado hasta aquí en la lectura de estas líneas se preguntarán: ¿de qué se nos está hablando? Pues de la mismísima corrupción, extendida hoy al parecer de manera transversal: desde el crimen organizado, pasando por el narcotráfico, la delincuencia de cuello y corbata, nuevas formas de violencia, hasta los desvíos de recursos e influencias indebidas en las instituciones públicas. Las diversas formas de corrupción bien podrían estar expresando los cortocircuitos no resueltos entre intereses particulares y el interés de todos.
Quizá tendríamos que preguntarnos: ¿no tendrán estos sucesos que ver no solo con temas policiales y de inteligencia sino también con la imposición y extensión de un ethos neoliberalista, el cual parece dictarnos modos de vida que no hemos elegido?
*Pedro Salvat B. es profesor universitario y miembro de la SECH.