Tejer con delicado cuidado los rasgos de Miguel Enríquez, máximo dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), es un propósito imposible porque las condiciones de su irrupción en la historia chilena fueron anchas y con acelerada espesura política y cultural, pero, más aún, porque su temprana muerte deja la convicción de que podía aportar mucho en ese ciclo histórico y en la consolidación del poder del pueblo de Chile.
Miguel representa no solo una ruptura política con las grandes inercias de los partidos históricos, sino que también fraguó una forma original de analizar la sociedad, las clases sociales, sus luchas y opciones, que visibiliza el protagonismo político de los sin voz, de los no considerados, de los condenados de la tierra de quienes nos habla Fanon y que continúan estando presente hasta hoy en América Latina. A este ímpetu, Miguel y los fundadores del MIR le dieron una forma partidaria basada en el debate horizontal y en el compromiso, sin sucumbir al asambleísmo.
Si bien existe una amplia producción intelectual sobre la gestación de las revoluciones del siglo XIX y XX, entendemos poco qué es lo que fragua a un sujeto revolucionario en términos biográficos, cómo se forja su saber alterativo más allá de los giros historicistas. La primera vez que lo vi fue una tarde a mediado de 1970 en una casa que facilitó Alan Bruce, estudiante de Ingeniería Civil de la Universidad Católica, desaparecido desde su detención por agentes de la DINA el 13 de febrero de 1975. Su aguda forma de preguntar se tornaba más amable por su sonrisa, irradiaba convicción y concentración, interrumpía sin autoritarismo apoyando lo que decían otros, pero siempre con una penetrante lógica en su forma de abordar los temas. Era una mezcla de análisis y gran sentido práctico, y se mostraba impaciente frente a las afirmaciones sin fundamentos o ante las vacilaciones cobijadas en astucias formales.
Entre 1971 y 1972, los encuentros serían más frecuentes en la Dirección Regional de Santiago o en el local de la Comisión Política del MIR en la comuna de Ñuñoa; también en las últimas semanas de agosto de 1973, nos reuníamos con regularidad como secretariado regional en la casa de Dagoberto Pérez, sociólogo, posteriormente miembro de la comisión política del MIR, quien muere el 16 de octubre de 1975 en un enfrentamiento con la DINA en la parcela de Malloco, en la que permanecían Nelson Gutiérrez, Andrés Pascal, Mary Ann Beausire, María Elena Bachman y la pequeña Paula, hija de Nelson y María Elena, quienes logran romper el cerco y sobrevivir, en gran parte gracias al detallado plan de autodefensa y escape diseñado por Dagoberto.
Después del Golpe nos vimos en la comuna de San Miguel. Él estaba con Tito Sotomayor y yo con María Emilia Marchi. Lo noté muy preocupado por muchos compañeros, por la precariedad de las condiciones de seguridad, por los detenidos, por la desaparición de varios dirigentes de izquierda, pero aún en esos momentos su sonrisa y la rápida elocuencia para formular las ideas sin pausas continuaban allí.
Su humanidad como conductor de la resistencia se devela en la constante preocupación por cada militante, en su ofrecimiento de rescatar a Salvador Allende de La Moneda el 11 de septiembre de 1973 o cuando, pese a los riesgos, regresa con Humberto Sotomayor al lugar donde fue capturado Sergio Pérez. La decisión de “el MIR no se asila” y la determinación de permanecer en Chile evidencian que no pide a los demás algo que él no pueda dar en su condición de dirigente, sin desconocer que estos niveles de exigencias en ocasiones fueron demasiados altos para muchos otros.
Hay en Miguel, como sujeto, una fundada impaciencia con el reformismo político, intelectual. Su singularidad en estas específicas circunstancias fue su gran capacidad para demostrar la rápida decadencia del orden del capital en Chile entre 1967 y 1973, para evidenciar la ausencia como actores políticos determinantes de los pobres del campo y la ciudad, para persuadir de que era posible gestar un camino propio con perspectiva revolucionaria, lo cual lo dota de una visión que va más allá de la mayoría de los dirigentes de izquierda de ese periodo.
Si se analizan sus escritos de 1970 a septiembre de 1973, lo que se observa es la propuesta de una estrategia revolucionaria radical por encima de los gestos doctrinarios o dogmas en juego. Luego del golpe mantiene la convicción de que el MIR no debe abandonar el territorio, que no podemos permitir que nos expulsen de nuestro país, de nuestra tierra geográfica, política y emocional. Esa decisión no emerge desde un voluntarismo, sino desde la convicción de que los primeros años de exterminio se alargarían si no se hostigaba paso a paso el desplazamiento político, civil y militar y si no se organizaba una amplia resistencia. Sus escritos de diciembre de 1973 son un llamado a la unidad de todo el pueblo y la izquierda, a emprender una lucha determinante en el día a día, lo que constituye un ajuste profundo frente a su último discurso público de agosto de 1973.
Bajo su orientación, en los primeros meses de la dictadura, Miguel junto a otros dirigentes emprenden la reorganización de las estructuras del MIR en todo el país. Se busca evitar la concentración de las y los militantes en una sola forma de organización, se clandestinizan las direcciones y los cuadros sociales claves y se realizan esfuerzos por no abandonar a nadie a su suerte, todo ello en medio de desconexiones, de crisis de comunicaciones y de la persistente persecución de los principales dirigentes del MIR.
Desde el 11 de septiembre de 1973 y desde aquel fatídico sábado 5 de octubre de 1974, en que fue asesinado por la DINA luego de combatir durante dos horas en la casa de la calle Santa Fe, la memoria del pueblo ha ido situando a Miguel junto a Salvador Allende, como personificaciones de la voluntad de resistir, de no dejarse abatir, de no aceptar el dominio de las armas; como protagonistas relevantes y dignos de la memoria e historia de Chile, como referentes de los intentos de construir un país profundamente más igualitario y justo.
No podían salir con los brazos en alto, afirmación que sostengo inclusive sin dejar de desconocer la enorme responsabilidad de conducción que representaban. La memoria se escribe con gramáticas de largo plazo y se resitúa con los años. Es difícil hoy comprender esto en medio de un presente permanente, de un mar de egoísmo posesivo, de la ausencia de debate y de la banalización de la política. Su noción de poder popular alude a la unidad del pueblo, a sus tareas programáticas básicas, a la necesidad de alianzas y a la constitución de una cultura donde todos y todas valgan lo mismo. En un escrito luego del golpe dirigido al Regional Valparaíso del MIR, formula la noción de revolución como un proceso complejo, diverso y extendido en el tiempo. Asimismo, en una carta que envía al PRT de Argentina en esos mismos meses, critica la violencia sin sentido político y ético que en condiciones extremas puede producirse.
Vendrán con los años nuevos momentos en los que se necesite avanzar con urgencia. Miguel y las luchas populares serán no solo ejemplos de dignidad, de organización política, de acción y claridad de objetivos; el núcleo fundador del MIR nos impelió a ser más desde cada uno y como fuerza colectiva con todos y todas, a entender la política como compromiso y honestidad.
Uno de sus legados, que emerge una y otra vez, es la capacidad de reconocer en la miseria y las exclusiones un imperativo de superación para la izquierda, pero también identificar en las capas pobres y de extrema pobreza una enorme fuerza política. No se puede cambiar el mundo sin riesgos, sin poner todas las energías intelectuales y morales al servicio de convicciones que se empinen más allá de nosotros mismos. La voluntad y visión de Miguel emanan de otra racionalidad, aún en formación, que se fuga de la tendencia a aceptar la vida histórica como una fatalidad ineluctable. No hay opción de un futuro democrático y justo para todas y todos sin resistencia, sin luchas y sin una ardiente convicción de que los cambios son posibles.
*Patricio Rivas H., exdirigente del MIR y autor del libro Un largo septiembre (Ediciones Era, 2007).