Al día siguiente del asesinato de Miguel Enríquez, en octubre de 1974, se realizó en Roma un acto de homenaje en una plaza del casco histórico. Fue convocado por organizaciones de la izquierda extraparlamentaria italiana. Dos chilenos hicieron uso de la palabra: Edgardo Enríquez en representación del MIR y Jorge Arrate a nombre de la Unidad Popular. Reproducimos a continuación el texto elaborado en conjunto por representantes de los seis partidos que integraban la Unidad Popular en ese momento.
El compañero Miguel Enríquez ha sido asesinado por la dictadura fascista. Llego hasta aquí a rendir un homenaje fraternal a un luchador por la libertad de su pueblo, a un combatiente antifascista, a un destacado dirigente de un partido de la izquierda chilena. Lo hago a nombre y en representación de todos los partidos que integran la Unidad Popular, sin excepción, que hoy inclinan sus banderas en señal de respeto frente a su consecuencia y heroísmo.
En el pasado y aún hoy tuvimos y tenemos discrepancias con la acción política que impulsa el Movimiento de lzquierda Revolucionaria. Esas discrepancias no son obstáculo, sin embargo, para reconocer en Miguel Enríquez a un luchador antifascista honesto que combatió hasta el fin por sus ideas y por sus principios.
Mis palabras están, por lo tanto, preñadas del más puro y más real sentimiento de unidad. No hablo por un partido. Hablo por varios partidos, diferentes entre sí y, por lo tanto, con discrepancias entre sí. Hablo por laicos y cristianos, por social demócratas y marxistas leninistas. Hablo a nombre de un pueblo entero que recoge en su seno diferentes matices del pensamiento progresista; un pueblo que sufre hoy la opresión más brutal y la persecución más sanguinaria de la historia de América.
Luchando contra esa opresión, batallando par la libertad de Chile, cayó heroicamente Miguel Enríquez. Murió como había vivido: combatiendo sin cesar. Como han muerto también miles de compatriotas, ejecutados por los aparatos represivos de la tiranía.
Miguel Enríquez luchó por la liberación de su patria de la dictadura y del imperialismo. Su lucha fue, junto a la de millones de patriotas, contra la explotación de su pueblo por el capital imperialista. Luchó contra la clase social que hoy, sobre miles de muertos, pretende reconstruir sus privilegios de otrora. Luchó contra la bestial tiranía que ha encarcelado a miles de chilenos, que los tortura física y moralmente, que los condena al silencio, que los lanza a la cesantía y la miseria, que los explota, que no respeta en su fanática represión ni a las mujeres ni a los niños. Luchó por los derechos de los trabajadores, hoy conculcados. Luchó como luchan los patriotas, en duras condiciones de clandestinidad, por construir para su pueblo una alternativa de libertad, de verdadera democracia, de real soberanía de desarrollo socialista.
Con su muerte, el fascismo ha cobrado una nueva víctima. Hace pocos días atrás asesinó, también, en Buenos Aires, al general Carlos Prats, militar constitucionalista y leal, que encaminaba ya su acción a combatir, en esa calidad, a la dictadura de Pinochet. Estos triunfos sangrientos de la tiranía no son, sin embargo, definitivos. No ha muerto con Carlos Prats la vocación de muchos de nuestros militares, ni con Miguel Enríquez la decisión de lucha del pueblo chileno.
Nuestra lucha continúa. Como dijera Salvador Allende: “La historia la hacen los pueblos y la victoria será nuestra”. Construiremos el más amplio movimiento de masas que haya conocido nuestra historia. Su fuerza arrolladora aplastará al fascismo. La Junta fascista se debate hoy en una crítica situación de aislamiento social y político, nacional e internacional.
En esta guerra no estamos solos. Es una guerra que han compartido y comparten todos los hombres libres del mundo. El capitalismo enfrenta hoy una crisis mundial, un proceso continuado de debilitamiento y retroceso. El presidente de los Estados Unidos proclama, desvergonzado, el supuesto derecho de su país a intervenir abiertamente en los asuntos internos de otro país en defensa de sus intereses. El imperialismo juega hoy, a la desesperada, la carta del fascismo. Lo transforma en modelo. Lo exporta y lo impone.
Pero a él se enfrenta la fuerza de los pueblos, cada día más maduros en su lucha liberadora y más conscientes en su batalla por sus derechos. El campo socialista avanza obteniendo nuevas victorias, provocando un cambio sustancial en la correlación mundial de fuerzas que ayuda y hace más sólida la lucha de los pueblos por su liberación definitiva.
Por esa causa liberadora entregó su vida el compañero Miguel Enríquez. Rodeado por fuerzas militares regulares, tremendamente superiores en número y armamento combatió durante dos horas junto a un puñado de sus compañeros. Cayó acribillado por las balas fascistas en un barrio al sur de Santiago que guarda viejas tradiciones de lucha proletaria.
Hace dos días el féretro conteniendo el cuerpo sin vida de Miguel Enríquez fue puesto bajo tierra fuertemente vigilado por una escolta militar. Lo custodiaron con tanto celo como si hubiese estado vivo. Y sus asesinos estaban en lo cierto. Porque lo está. Como lo están también miles de nuestros compañeros que, como él, perdieron la vida en la lucha. Vivos en la conciencia del pueblo chileno y de sus trabajadores, vivos en la protesta diaria contra la tiranía, vivos en el combate duro y prolongado que hoy libra nuestro pueblo por su liberación.
El pueblo de Roma y sus organizaciones antifascistas, en una gama amplísima, rinden hoy este homenaje multitudinario a Miguel Enríquez, en un gesto noble que nos compromete más aún a continuar sin descanso nuestra lucha.
Así será, efectivamente. Como él mismo dijera: “Por cada miembro de la resistencia caído hay centenares que lo reemplazan”. A Miguel Enríquez lo reemplazarán miles, decenas de miles. Cada compañero caído deja un ejemplo que es semilla, que es bandera de lucha, que es fe redoblada en la victoria.