Luis Herrera
Al momento de escribir estos apuntes, la situación coyuntural en Bolivia augura momentos próximos de inflexión, posiblemente con una solución forzada de la pulseta personal entre Evo Morales y Luis Arce que se viene arrastrando dentro del Movimiento al Socialismo (MAS), desde el año 2021. El conflicto se encuentra en su momento más crítico, marcado por ambiciones políticas, controversias de carácter legal y epítetos agresivos, culminando recientemente en confrontativas movilizaciones sociales.
La oposición política tradicional de derecha, por su parte, fragmentada, débil y, por lo general, ignorada por los medios se encuentra completamente ajena a este enfrentamiento, y sin fuerza para sacar partido político de él.
No es que en el MAS estén en juego visiones estratégicas diferentes sobre la Bolivia del mañana. No hay temas futuros de fondo sobre la mesa. Solamente acusaciones mutuas relacionadas con la supuesta responsabilidad que estaría detrás de la gigantesca crisis económica (y sus inherentes consecuencias políticas e institucionales) a la que Bolivia va ingresando inexorablemente en la actualidad.
La crisis es el resultado de una combinación de factores estructurales como la dependencia de las materias primas y la disminución de la producción de gas, junto con factores coyunturales externos e internos: las variaciones de precios de materias primas, la pandemia, ciertas decisiones fiscales desacertadas y la inestabilidad política. La disminución de las reservas internacionales, el déficit fiscal, y las tensiones internas han complicado aún más la situación.
El extractivismo ha sido central en el desarrollo económico de Bolivia, proporcionando tradicionalmente ingresos clave para el Estado, los que han mejorado el nivel de vida de muchos ciudadanos, sin embargo, también han generado conflictos sociales, impactos ambientales negativos y una dependencia económica peligrosa. Los pozos de gas (la principal exportación boliviana) se agotan y, dada una irresponsable ausencia de operaciones preventivas de exploración para su oportuno reemplazo, las ventas a Brasil y Argentina han ido disminuyendo gradualmente. Incluso, el gasoducto originalmente construido para llevar gas boliviano a Argentina está siendo reacondicionado para revertir su flujo y llevar ahora gas argentino a Brasil.
Veamos algunos elementos históricos: el primer gobierno de Evo Morales fue un período de profundos cambios en Bolivia, con logros significativos en la reducción de la pobreza, la nacionalización parcial de recursos y el empoderamiento de los sectores indígenas. Sin embargo, también su gobierno enfrentó tensiones políticas, consecuencia de sus tendencias autoritarias y conflictos con sectores regionales y también indígenas.
La consolidación de un modelo extractivista y la falta de diversificación económica fueron los principales desafíos que quedaron pendientes tras este primer mandato.
El gobierno de Evo Morales utilizó los ingentes ingresos derivados de la exportación de materias primas, gracias a los elevados precios internacionales, para financiar ambiciosos programas sociales, obras de infraestructura y mejorar los servicios públicos. Ello generó un aumento significativo del gasto fiscal que resultaría posteriormente difícil de mantener, una vez que los ingresos recibidos por las exportaciones disminuyeron.
Bolivia, como otros países de la región, llegó a acumular reservas internacionales significativas en la década del 2000. Pero, pasado el boom de los precios de las materias primas, el país ha venido registrando preocupantes déficits fiscales. Esto ha llevado a un creciente endeudamiento para cubrirlos y a la utilización de parte de las reservas para financiar proyectos políticamente calificados como importantes, reduciendo así gradualmente el colchón financiero del país, y generando serias preocupaciones sobre la sostenibilidad fiscal a largo plazo. De hecho, las reservas internacionales netas de Bolivia han disminuido significativamente en los últimos años (de unos U$S 15,000 millones en el 2015 a menos de U$S 1.500 millones en la actualidad).
Aunque los precios internacionales de materias primas como el gas natural, los minerales y la soja, de cuya exportación depende el país, han caído, Bolivia ha mantenido un alto nivel de importaciones de bienes, incluidos productos de consumo y maquinaria. Este desequilibrio entre exportaciones e importaciones ha ejercido presión sobre la balanza de pagos, contribuyendo a una escasez cada vez mayor de dólares.
Por otra parte, el gobierno boliviano ha mantenido altos niveles de gasto fiscal, especialmente en costosos programas sociales y de empleo, y en proyectos de infraestructura. Un ejemplo de esto es la ya insostenible subvención a los combustibles. Actualmente, Bolivia importa a precios internacionales el 56% de la gasolina y el 86% del diesel que se consumen en el país, y lo revende al consumidor nacional a menos de la mitad de su costo, mediante un subsidio que alcanza este año a los U$D 2,000 millones (y que conlleva colateralmente una fuga adicional por contrabando a Perú, Chile y Argentina equivalente a aproximadamente U$D 600 millones).
La escasez en el mercado formal ha provocado un aumento creciente de la demanda de dólares en el mercado paralelo (informal). Bolivia ha mantenido artificialmente un tipo de cambio fijo entre el boliviano y el dólar desde 2011, pero la escasez de divisas ha generado presiones para que el tipo de cambio se devalúe. Aunque el gobierno ha intentado defender la estabilidad cambiaria, el diferencial entre el tipo de cambio oficial y el paralelo tiende a aumentar, lo que incentiva el mercado negro.
La falta de dólares ha tenido también un impacto en los precios de los bienes importados que son fundamentales para la economía boliviana. Esto ha provocado un aumento en los costos de productos esenciales, generando temores de una mayor inflación, lo que afecta negativamente el poder adquisitivo de los ciudadanos.
Finalmente, la falta de acceso a dólares y las dificultades para repatriar capitales han generado preocupaciones entre los inversionistas extranjeros. Esto podría reducir el flujo de inversiones hacia el país, afectando el crecimiento económico a largo plazo.
Los elementos enumerados más arriba son solamente algunas de las variables más destacadas de una crisis que es multifacética, de larga gestación, y que se ha convertido claramente en estructural. Por tanto, no es sensato achacar culpabilidades exclusivas a ningún gobierno en particular.
Basta recordar que el actual presidente fue nada menos que el ministro alabado como conductor económico “estrella” por Evo Morales durante sus 14 años de ejercicio presidencial. Que hoy ambos se acusen mutuamente de responsables es, por decir lo menos, pintoresco. Y que Evo se presente ahora a sí mismo como el “Salvador de Bolivia” contiene un sesgo vagamente mesiánico.
La crisis actual de Bolivia es una bomba de tiempo. Su magnitud es tal que, independientemente de quien emerja triunfador de la actual pulseta política (e incluso si apareciera una tercera opción razonablemente plausible), esta persona tendrá un camino muy difícil e impopular por delante.
En efecto, la recuperación económica del país no será fácil. Demandará inevitablemente medidas muy duras de diversificación económica, contracción del gasto fiscal, aumento de la inversión y otras reformas estructurales para impulsar un desarrollo sostenible a largo plazo.