Manuela Espinoza P.
Entrevista a Ana L’Homme
El documental del año, según In-Edit International Music Documentary Film Festival 2024, es “Yo no canto por cantar”, dirigido por Ana L’Homme. El largometraje revela las historias de lucha y resistencia que acompañan al canto campesino. El relato está construido por medio de las historias de seis mujeres que han decido cantar por una necesidad personal, en un contexto sumamente patriarcal.
El proyecto nació en 2017 cuando L’Homme estaba realizando el magíster en Cine Documental de la Universidad de Chile. Ese año conoció a Mauricia Saavedra, cantora campesina y protagonista del documental. En palabras de la directora: “Todo lo que creía parte de un pasado, lo vi presente en Mauricia. Fue como reencontrarme con Violeta Parra a través de ella”. Inicialmente concebido como un cortometraje, la historia creció para convertirse en una obra más extensa.
El proceso de investigación llevó a L’Homme a convivir con las cantoras en sus mateadas y encuentros. Las historias recopiladas revelan un universo marcado por la violencia machista, la pobreza y la discriminación, pero también por la capacidad de las mujeres de transformar el dolor en arte. Como explica la directora, “el canto para ellas es un modo de resistir”.
¿Cuáles fueron los desafíos que enfrentaste durante la producción del documental?
Los recursos fue uno de los desafíos. Nos presentamos 3 años seguidos al Fondart y solo lográbamos quedar en lista de espera. Fuimos avanzando en las formas que se podía: mucha colaboración de compañeros del magister, visionados de profes amigos y, en la medida en que el documental fue tomando forma, quedamos seleccionados en instancias como Chiledoc que nos dio asesorías muy importantes en talleres de producción, dirección y montaje, luego otra instancia como Sapcine (en Cali, Colombia) nos permitió ganar premios que nos ayudaron a avanzar y terminar. También quedamos en WIPs (working progress), como en In Edit el año pasado.
El otro desafío era la falta de experiencia. Este es mi primer largometraje y mi participación como directora de documentales es bastante reciente. Empecé en 2011, como productora del documental “Silo, un camino espiritual”, de Pablo Lavín, y luego en 2016 – 2017 estudié el magister de Cine Documental en la Chile. También pasaba lo mismo con Eduardo Fuenzalida, el productor chileno, que venía del rubro de la publicidad. El productor colombiano Carlos Castro tenía un poco más de experiencia. Pero todos teníamos muchas ganas de aprender y hoy estamos muy agradecidos de toda la experiencia ganada.
La fortaleza del documental era el acceso al mundo de las cantoras. Gracias a Mauricia Saavedra, nos recibían sin desconfianza y todas estaban orgullosas de ser visibilizadas. Una de las cantoras nos confesó que su dolor lo abrió con nosotros, que su familia no sabía nada de lo que le había pasado. O sea, ellas también vieron una oportunidad en este documental para mostrar su realidad.
¿Cuál es el principal mensaje que esperas transmitir con este documental?
Es un documental que rescata el campo y la tradición de las cantoras campesinas, y muestra que esta tradición está viva.
Muestra la violencia que viven las mujeres en un contexto muy machista, pero esencialmente muestra la violencia a la que nos vemos enfrentadas todas.
Rescata como en esta tradición se puede expresar y sobrepasar la violencia a través del canto y el giro particular que hace Mauricia con sus canciones buscando reconciliación.
¿Cómo crees que este documental contribuye a la preservación y difusión del canto popular chileno?
Sin duda que contribuye a la preservación y difusión de este patrimonio inmaterial del canto campesino. En una primera capa de lectura se podría decir que somos recopiladores del canto campesino, tal como lo hizo Violeta en su momento. Los cantos que presentamos son originales, son los que las cantoras expresan en una situación de mucha intimidad, prácticamente todos son inéditos.
En una segunda capa se ve que el documental le da voz a mujeres que estaban invisibilizadas, que no tenían voz. Nos fuimos a meter en esos rincones oscuros del campo, en que no hay quien pueda escuchar este canto, porque ellas lo cantan para sí mismas, para consolarse y seguir viviendo. Pudimos dar con mujeres que tienen este tipo de canto en el alma y cantan por un sentir. No son folcloristas, no cantan para hacer un show, cantan porque eso les da sentido.
En una tercera capa, podemos entender la importancia del canto en esta cultura como forma de sanar heridas y de poder seguir viviendo en estos contextos de violencia. Es un canto que se hereda, de madre o abuela o tía, a hija o nieta. Quizás las más antiguas, que son sabias, saben el bálsamo que significa cantar para cerrar los dolores.
Esto me llevó a una reflexión. Porque muchos documentales de este tipo añoran y lloran la pérdida de esta cultura campesina, de la guitarra traspuesta, de las payas, etc. Se dice que la cultura moderna está acabando con esas tradiciones. Pero al meterme en este mundo tan violento, tan machista, quedé convencida que lo que está aniquilando esa cultura es la misma violencia. ¿Cómo va a sobrevivir una cultura con tanta violencia y tanta contradicción?
En ese sentido yo creo que mujeres como Mauricia pueden hacer un tremendo aporte al introducir en el canto los temas de la reconciliación. Al lograr eso, las mujeres ya no son las víctimas, sino que comienzan a orientar sus vidas y ganar en potencia. Podría suceder que el canto campesino se fortalezca, si empieza a abrirle la esperanza a las mujeres. Eso creo yo.
¿Qué conexión encuentras entre el canto popular y la identidad cultural de Chile?
En la conquista española, cuando la intención era evangelizar a los pueblos que habitaban estas tierras del Maule hacia el sur, los sacerdotes inculcaban los versos de la Biblia a través de las décimas. Es de esa tradición tan antigua que surgen las dos líneas del canto campesino: el canto a lo divino y el canto a lo humano. Lleva siglos sobreviviendo en una sociedad chilena que se fue modernizando y no desapareció. En los años ’60 tuvo un nuevo auge, con Violeta Parra, quien se nutre de él, y también le aporta.
¿Qué es la identidad cultural en Chile? ¿Es algo homogéneo, como lo que se celebra el 18, con empanadas, cueca y vino tinto? ¿Es algo estático, fijo, como una marca país? Yo digo que la identidad es diversa, proviene de distintas raíces, representa distintos sentires. Personalmente creo que la identidad es dinámica, debe buscar, en un mundo cambiante, una forma de estar que genere bienestar a todos los que son parte de ella, tanto mujeres como hombres. La cultura campesina se va a mantener, si los que abrevan de ella, sienten que les da cohesión y sentido, a todos (no solo a los hombres).
Con respecto a la experiencia en In-Edit, ¿Qué significó para ti y tu equipo recibir el premio en el In-Edit?
El premio de In Edit fue muy importante para el equipo, es nuestro primer largometraje. Pudimos probar nuestra capacidad de trabajar en equipo. Nos mostró que podemos hacer algo de calidad, nos mostró nuestras fortalezas y nuestras virtudes, también nos da una pequeña trayectoria en el cine chileno.
In-Edit nos abre un camino en los festivales chilenos y eso lo agradecemos.
También fue importante para las cantoras campesinas que aparecen en el documental. Al ver sus historias en la pantalla grande, creo que se sintieron como heroínas, y de alguna manera lo son.
¿Dónde es posible ver el documental?
Pese a que aún no está presente en plataformas, el domingo 26 de enero a las 18:00 hrs, en el Teatro Juan Bustos Ramirez de Quilpué, será presentado en el marco del FECICH – Festival de Cine Chileno.
*Manuela Espinoza, periodista y licenciada en ciencias de la comunicación